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Voto de AGF:
4
28 de enero de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Moonrise Kingdom es una película única, obsesionada por ser única hasta límites de estridencia crítica. La historia de una sociedad de gente peculiar en la que dos niños la lían parda acaba siendo la historia de una sociedad de raritos en la que dos siniestros prehipsters la lían parda, una gamberrada indie que desemboca en lo anodino.
Su estética y su narración idealizadoras vuelven aséptica una trama que parece tener por leitmotiv la infancia y su grato recuerdo. Pero el frío cálculo al que todo está sometido se carga toda magia posible, la simpleza de su humor resulta ineficaz, y la dirección de actores hace a los personajes y a las situaciones caer en un constante y forzadísimo patetismo.
Una casa de muñecas habitada por singulares inquilinos, rebeldes... pero que acaban por transmitir la misma indiferencia plastificada.
Trata asuntos entrañables sin ser entrañable, detalles graciosos sin ser graciosa, momentos que podrían ser emocionantes sin ser en absoluto emocionante. Podríamos calificarla de paradójica, pero prefiero decirle a Wes Anderson -mal titiritero en esta obra- que es mejor no ser un moñas si no sabes cómo, que hay megalomanía tendente a la gilipollez bajo su envoltorio de pequeña delicia cinéfila, y que, en resumen, su absurdez gestionada con poco lustre (pocas cosas hay realmente sorprendentes dentro de la presunta originalidad, pocas o ninguna que realmente luzcan como un golpe de lucidez -escasos gags, algún diálogo, alguna reflexión sobre la relación padres-hijos y sus mundos que se vislumbra...-) es el gran pilar de una película no paradójica; sino fallida. Fallida, coñe.
Su estética y su narración idealizadoras vuelven aséptica una trama que parece tener por leitmotiv la infancia y su grato recuerdo. Pero el frío cálculo al que todo está sometido se carga toda magia posible, la simpleza de su humor resulta ineficaz, y la dirección de actores hace a los personajes y a las situaciones caer en un constante y forzadísimo patetismo.
Una casa de muñecas habitada por singulares inquilinos, rebeldes... pero que acaban por transmitir la misma indiferencia plastificada.
Trata asuntos entrañables sin ser entrañable, detalles graciosos sin ser graciosa, momentos que podrían ser emocionantes sin ser en absoluto emocionante. Podríamos calificarla de paradójica, pero prefiero decirle a Wes Anderson -mal titiritero en esta obra- que es mejor no ser un moñas si no sabes cómo, que hay megalomanía tendente a la gilipollez bajo su envoltorio de pequeña delicia cinéfila, y que, en resumen, su absurdez gestionada con poco lustre (pocas cosas hay realmente sorprendentes dentro de la presunta originalidad, pocas o ninguna que realmente luzcan como un golpe de lucidez -escasos gags, algún diálogo, alguna reflexión sobre la relación padres-hijos y sus mundos que se vislumbra...-) es el gran pilar de una película no paradójica; sino fallida. Fallida, coñe.