Alta fidelidad recuerda a una peli de Woody Allen, pero actualizada, donde el jazz se convierte en pop-rock (del bueno). El protagonista narra, mediante el acertadísimo recurso del monólogo a la cámara, su nefasta vida amorosa.

John Cusack, despeinado, está tremendo. Rob, su personaje, es un capullo de mierda que despierta en el espectador una empatía miles de veces mayor que la presencia del actor que le da vida en pantalla. Que ya es decir. Y Stephen Frears consigue convertir una historia bastante sencilla, aunque con muchos puntos fuertes, en una gran delicia.

Un melodrama bien equilibrado. Puede que, por su fórmula, a ratos parezca la típica comedia romántica de las de cinco raspado. Pero no os dejéis engañar. Alta Fidelidad es mucho más brillante, psicológicamente compleja, reflexiva, sincera, profunda y emocionante de lo que el noventa por ciento de las películas de este siglo pudiera llegar a soñar.

Contiene, además, una aparición del mismísimo Bruce Springsteen y una breve aunque sorprendente actuación musical de Jack Black. Porque, sí, hay mucha música, y estrechamente unida al mundo de los sentimientos. Es decir, en el lugar que le corresponde.