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Togo Togo · Noplace
Voto de AGF:
3
Drama A finales del siglo XIX, la mansión Amberson es la más fastuosa de Indianápolis. Cuando su dueña, la bellísima Isabel, es humillada públicamente, aunque de forma involuntaria por su pretendiente Eugene Morgan, lo abandona y se casa con el torpe Wilbur Minafer. Su único hijo, el consentido George, crece lleno de arrogancia y prepotencia. Años más tarde, Eugene regresa a la ciudad con su hija Lucy, y George se enamora de ella. (FILMAFFINITY) [+]
19 de noviembre de 2009
49 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intento de obra maestra, por supuesto, fallido.

La historia es un coñazo. Carece del menor interés, de la menor garra. Todo está impregnado en una deplorable teatralidad debido a una obsesiva búsqueda de la grandilocuencia, por lo que prácticamente todas las situaciones del filme acaban resultando extremadamente forzadas. Parece que todos los diálogos buscan sorprender, y no hacen otra cosa que dar fe del endiosamiento que sufría Welles cuando engendró esta soporífera obra.

Puto George, puta tía Fanny (o como sea, llorona), puta Lucy y putos todos los personajes que piden a gritos el odio del espectador mientras siguen punto por punto las coreografías dictadas por el director. Esas que acaban por completo con la naturalidad del filme. Con todo atisbo de vida al otro lado de la pantalla.

Ni siquiera el espectáculo técnico al que el director es propenso consigue obrar en favor de El cuarto mandamiento. Los clarooscuros de la fotografía son un exceso visual que empacha.

Menuda historia más insufrible. Cuántas pretensiones.
Flipé con un incomprensible monólogo de un señor que no sé muy bien a qué venía, que hablaba de algo relacionado con varios soles, creo.
Y es que aquí Orson Welles hace lo que le viene en gana, pero se pasa de trascendental, de buscar un impacto que acaba siendo irrisorio, sirviéndose de recursos de muy dudoso gusto. Por ejemplo: los cotilleos de la gente del pueblo metidos entre escena y escena; el desconcertante monólogo inicial sobre la vestimenta de la gente, que no hay por dónde encajarlo con el resto de la película, y, cómo olvidarlo; los créditos finales. Ese micrófono que se aleja de la cámara me dejó literalmente boquiabierto.
AGF
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