Empieza bien. Al principio Kathraine Hepburn resulta curiosa, y el creciente enredo sirve para entretener y para arrancar risas tenues. Se lleva la palma el personaje de Cary Grant, un pre-personaje-tipo-de-Woody-Allen, soltando siempre sarcasmos entre dientes.

Lo que pasa es que La fiera de mi niña es una película estúpida y su esencia de sinsentido ñoño e infantil carece de genialidad alguna que la eleve hasta el estatus de clásico imperdible que tienen, a saber por qué, puñados de pelis decepcionantes.

El enredo está muy bien liao, y tal; pero de por sí no basta. A partir de la primera hora comienza a apagarse la llama del interés, y en el minuto 95 los párpados pesan demasiado, a pesar del ritmo endiablado, que no sé muy bien si es que es realmente un ritmo rápido o si es la impresión que da el hecho de que los personajes no se callen durante más de cinco segundos seguidos.

Uno de los grandes fallos de la película es la relación que se da entre los protagonistas. Es tan inverosímil que no puede ser metida dentro de la inverosimilitud aceptable de muchos detalles de la trama. Me creo que Grant se dé cuenta de que su futura esposa no es la mujer que le conviene, pero de ahí a que acabe sustituyéndola...

Es que al personaje de Hepburn le faltan un par de dedos para ser una puta. Sólo su físico le salva de merecer la muerte al final. Y lo mismo debió de pensar Cary, pillín.