En pocas películas los personajes tienen tanta importancia como en esta. De no ser por ellos, El Gran Lebowski sería aburrida, y la mayoría de los espectadores la encontraría como una película sin el menor sentido. Sin embargo, los Coen hacen desfilar ante nosotros a un grupo de personajes muy peculiares, exprimiendo al máximo sus peculiaridades y llegando al punto de convertir a dichos personajes en caricaturas. Jeff Bridges está espléndido, con sus pintas de hippie desfasado y colgado, al final se le acaba cogiendo carisma. John Goodman tiene unos momentos que son de reírse a carcajadas. Steve Buscemi solo se dedica a soltar cosas que no vienen a cuento... Y así, todos. Quizá, el hecho de la caricaturización excesiva de todos los personajes resta credibilidad a la historia, pero ésta gana enteros en el campo de la comedia.

Nos toparemos, como es costumbre, con la típica historia que se lía, que quizá aquí no funcione de forma tan efectiva como en obras anteriores de los hermanos, pero que atrapa de sobra.
La dirección es Coeniana 100%. Todo milimétricamente cuidado, por muy desenfadada y buenrollista que sea la película.
Y luego está la banda sonora, que sencillamente magnífica.

De caer en manos de otro director, esta película, o esta historia, sería una chufa. Pero los hermanos supieron dotarla a ella y a todos sus personajes de un alma, un carisma, una peculiaridad, que le han hecho ganarse el bien merecido puesto de comedia de culto en el que se encuentra ahora. La hicieron entrañable, con todos esos momentos de situaciones delirantes y toques de humor surrealistas, diferentes. La hicieron única. Algo que solo podrían hacer dos personas:

Joel y Ethan. Gracias, tíos.