12 de julio de 2006
51 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine es un medio de expresión que, al igual que la literatura, puede tener diferentes objetivos. Pretende provocar en el espectador diferentes reacciones: hacer que se ría, que reflexione, que se conmueva, que sueñe.
Bajo mi punto de vista, El secreto de Thomas Crown intenta, y consigue, hacer soñar a quien la ve. Los protagonistas son elegantes, tienen clase, son inteligentes y se encuentran ambos al mismo nivel: somos conscientes de que se la puede jugar uno al otro en cualquier momento.
Por otro lado, de su mano contemplamos obras de arte magníficas, asistimos a fiestas sofisticadas, bordeamos las crestas de las montañas a bordo de una avioneta y viajamos a islas paradisíacas.
La acción, la trama del gato y el ratón, no hace sino aderezar estos componentes para mantenernos en vilo a lo largo del metraje.
El cine, aparte de otras muchas cosas, es entretenimiento, y su grandeza reside en que en ocasiones, como ésta, nos absorbe durante dos horas y permite que nos olvidemos de las calamidades de nuestra vida. Hace que podamos desde visitar el MOMA hasta broncearnos en el Caribe junto a Pierce Brosnan o Rene Russo. Y al fin y al cabo, ¿quién podría resistirse a eso?
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