Esta película está al nivel de esas películas de ciencia ficción, catástrofes y monstruos que suelen echar los fines de semana por la tarde en La Sexta. Tiene sus virtudes (al menos te ríes y pasas un buen rato riéndote) y sus males: movimientos de cámara que parecen sacados de una telenovela, personajes planos, guión justísimo y una ganas de lucir efectos especiales cuyo truco se ve a la legua (aunque supongo que para el momento y el lugar no están nada mal).

Pese a su ambientación folklórica, la historia trata temas ideológicos de la Corea septentrional. Pulgasari, el monstruo, es el vehículo de las teorías marxistas clásicas y del leninismo: ante la rebelión espontánea de la clase oprimida (la guerra de campesinos y bandidos contra el rey de Corea) surge el partido revolucionario de vanguardia (Pulgasari) que canaliza y organiza las fuerzas revolucionarias (representado en su fuerza y magnitud) para convertir un simple altercado en Revolución. Mediante el Partido la clase obrera logra destruir a la burguesía y su Estado, implantando el Estado obrero que dará la puntilla final. Pero el Estado, sea obrero o no, no puede existir sin imposibilitar la libertad, así que el Estado-Monstruo debe morir para que la sociedad comunista (los campesinos bandoleros triunfantes) pueda existir.

Tal vez le esté buscando tres pies al gato.