La enésima delicia plástica de Wes Anderson tiene, esta vez, conciencia ecológica y política. 'Isle of Dogs' supone un puñetazo irónico contra los sistemas totalitarios disfrazados de democracia y, de forma paralela, una carta de amor hacia los animales, la naturaleza, sus bondades y la importancia del medio ambiente y del papel que el ser humano representa (en demasiadas ocasiones de manera negativa) en un entorno que moldea a placer.

Anderson suple, además, ciertos automatismos inherentes a su estilo, muy meditado, simétrico y certero, y otros problemas derivados de la animación y el idioma –demasiadas voces en off y transiciones calcadas– con corazón y una historia repleta de aventuras. Ese mundo canino, trasladado a una suerte de metrópoli japonesa (aun más) futurista, resulta cercano y apacible, pese a la inmundicia que en él se respira.

El relato, al contrario de lo que sucedía en 'Fantastic Mr. Fox', evoluciona y el director de otras joyas como 'Moonrise Kingdom', 'The Grand Budapest Hotel' y 'The Royal Tenenbaums' consigue, una vez más, que el fondo esté a la altura del continente, que interese una obra armónica y precisa –quizás algo débil en cuanto a su guión en partes muy puntuales, pero esto no es nuevo– de la que, probablemente, sus detractores únicamente podrán acogerse al "es más de lo mismo" para desacreditarla.