Dogville, que es un cuento hecho obra maestra, o mejor una obra maestra contada como un cuento, pasa gradualmente a través de un portentoso guión de ese tono delicioso con que se presentan los personajes en la primera mitad a una segunda mitad desgarradora. En cualquier caso lo que dota a esta película de esa maestría es en buena parte su carácter universal. La Ciudad del Perro es el reflejo del mundo, como el Macondo de García Márquez, Comala de Rulfo o Yoknapatawpha de Faulkner. Un relato que escruta el interior y las miserias humanas realizando un paralelismo bíblico que confluye hacia el mito del Apocalipsis en un desenlace tan sorprendente como inevitable y lleno de fuerza. Los personajes y la interpretación se hacen vitales para dar cuerpo a una historia narrada de modo excelente y sobresalen por encima de cualquier cosa dentro de una puesta en escena experimental, un tanto próxima al teatro de Grotowski, donde la ausencia de decorados incentiva el desarrollo imaginativo del espectador y subraya la importancia del actor. Una película para la reflexión a la que inducen más si cabe las imágenes y la música que acompañan a los títulos de crédito del final, rompiendo intencionadamente con la escenografía del resto del metraje. La mejor actuación de Nicole Kidman hasta la fecha y el mejor trabajo sin duda alguna del talentoso Lars von Trier, siempre fiel cámara en mano a los postulados del movimiento cinematográfico Dogma. Imprescindible para cualquier cinéfilo que se precie.