Soy de aquellos que cuando Adam Sandler comenzó en este mundo de la interpretación le auguré un porvenir fantástico y en mi opinión no ha cumplido con las expectativas. Y no me refiero a él personalmente como actor, el cual me parece muy bueno sinceramente, pero creo que no ha sabido tener buen ojo para escoger los papeles en los cuales trabaja. Me he tragado cada paquete de película, sólo porque sabía que trabajaba él. Ahora soy más meticuloso a la hora de escoger.

El cuento como tal es muy original y curioso, abriendo la posibilidad a mil opciones con el tema de poder convertirte en cualquier persona de la cual poseas sus zapatos. El abanico de posibilidades presenta mil formas de montar algo grandioso. Pero el primer tercio de la película es sublime, a Adam no le cuesta mucho poner esa cara de depresivo que pone siempre, y lamerse las heridas maldiciendo su nefasta vida, hasta que por un hecho desgraciado encuentra la máquina mágica y la coincidencia de probarse unos zapatos, algo poco común en un zapatero. A raíz de ahí comienza lo mejor de la cinta, la pura magia en un cuento de hadas. El problema lo encuentro en el segundo acto, donde creo que erróneamente se escogen a dueños equivocados de los calzados para iniciar a partir de dicho momento el grueso de lo que se nos va a contar. La chica guapa, daba para mucho, por lo menos en mi cabeza y se queda en nada. Y el matón nos hace entrar en un laberinto de situaciones que se alejan bastante del perfil infantil o mágico que esperaba. Gracias que al final de forma sorprendente, Thomas McCarthy nos brinda algo muy interesante y dejando abierta la posibilidad de otra entrega futura.