Desde que era un niño he crecido con la frase manida que los buenos van al cielo y los malos al infierno. Pero lo más que me gustaba de todo esto, era que nosotros éramos libres de escoger el camino, nadie nos obligaba. No había excusa para ser malo.

Ridley Scott nos trae una historia que me ha recordado esa frase de mi niñez, si soy bueno, ¿por qué necesito hacer cosas para convertirme en malo sin necesidad alguna? Esta pregunta se la tendría que haber hecho el abogado Counselor antes de meterse en un fregado de aúpa. De todos es conocidos que los abogados se mezclan con toda clase de escoria de la sociedad y muchos utilizan esos contactos para enriquecerse de forma fraudulenta. El argumento gira en torno a esa duda, ¿merece la pena entrar en terrenos pantanosos sin una causa realmente que te obligue a ello por auténtica necesidad?

Desgraciadamente nuestro abogado lo comprobará en persona. Un mundo nuevo, un negocio peligroso, el cartel, asesinos natos, venganzas, todos los ingredientes necesarios para mantenernos con los ojos abiertos durante casi dos horas. Unos personajes muy peculiares, quizás lo más normales Counselor y su novia Laura, cuya única finalidad es casarse y ser feliz, pero su prometido va más allá y pretende darle el oro y el moro, poniendo la integridad física de ambos en peligro. Una pareja muy atípica la que forman Reiner y Malkina, adictos al sexo, a lo peligroso, las escenas con los felinos o dónde se quita la ropa en el coche, pasarán años antes de que desaparezcan de mi retina.

El personaje de Westray también es de los que dejan huella, con su look de western clásico, y dotado de un talento innato para este negocio, advierte al abogado del camino hacia el cual se dirigirá si sigue empeñado en continuar con su nueva idea de negociar con drogas y el cartel.

Algunos se quejan de lo poco explicado que está el guión, tiene su complicidad, no lo voy a discutir, pero es de esas películas que requieren verse más de una vez y quedarse con todos los diálogos.

Muy recomendable.