La secuela de la película basada en las historias de R.L. Stine es una película bastante ligera que si bien no consigue ser efectiva como su predecesora, es un buen y sano divertimento.

Sonny y Sam son dos amigos que deben quedarse en la casa del primero bajo los cuidados de su hermana mayor, Kathy, ambos son un tanto impopulares y para contrarrestar eso deciden emprender un negocio como recogedores de chatarra en su vecindario, por lo que a la primera llamada que reciben deciden ir sin cobrar por ello.

Al llegar al domicilio en cuestión, la cual es una casona deshabitada y algo tenebrosa, descubren entre los restos de muebles y demás cosas abandonadas, un cofre escondido del que piensan guarda un tesoro, pero al abrirlo, se encuentran con un libro que contiene una tarjeta, Sonny la lee y con ello libera a Slappy, un muñeco de ventrílocuo de aspecto temible pero que comienza a ganarse su confianza al hacerles sus trabajos y tareas escolares, hasta que todo se empieza a salir de control.

Retomando elementos de las series y películas que han retomado una fiebre ochentera, la película pone a dos amigos en bicicletas que deberán vivir alguna aventura como suele pasar en esas tantas películas o programas de tv, en el formato de una comedia adolescente con algunas pinceladas de inofensivo terror.

La película no presenta mayores novedades, el tono es claramente dirigido a un público adolescente e infantil y a los seguidores de la saga literaria o de la serie de televisión, y el relato se torna ligero sin mayores pretensiones.

Y al final, esta secuela cumple su cometido, ser un eficaz y divertido entretenimiento, quedando a deber con la muy breve aparición de Jack Black que resulta insuficiente.

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