El cuarto largometraje de Jodie Foster como directora explora el mundo de las finanzas de Wall Street post colapso del 2008 y sus consecuencias, pero a través de un show televisivo, con un thriller que rememora otras tantas películas de temáticas parecidas.

George Clooney es Lee Gates, un famoso presentador de un show de televisión que sugiere oportunidades de inversión a la gente, de empresas que tienen un acuerdo previo con él, todo esto mientras Gates canta, baila y hace cuanta parafernalia está a su alcance, al mando de su productor Patty Fenn (Julia Roberts).

Un día un joven llamado Kyle (Jack O’Connell) se cuela en el set, armado irrumpe en el programa para secuestrar en vivo al presentador, le coloca un chaleco bomba que amenaza con estallar mientras exige le expliquen cómo es que perdió todos sus ahorros invertidos en acciones de una empresa promocionada por Gates.

Soportada en buena parte por el magnetismo de sus célebres protagonistas, sin las que la película tendría mucho menos reflectores y estaría condenada a ventanas de exhibición más discretas, Foster arma un thriller que resulta efectivo en su primer tramo, y tristemente predecible en su resolución.

Mientras la acción se desarrolla en el set de televisión, Foster consigue generar tensión, amalgamar el drama que se vive con algunos tintes de comedia y hacer una discreta crítica a las corporaciones financieras que juegan con el dinero de la gente y a la televisión y su parafernalia mediática, y por un momento pareciera que el grueso de los personajes de fondo sienten empatía con Kyle y su lucha.

Pero en el momento climático la película pone en orden al personaje incómodo y la supuesta preocupación de los personajes de Roberts y Clooney en cuanto a la justicia y demás es dejada de lado de la manera más banal y solo les queda preguntarse qué programa de TV harán la siguiente semana, en una película con un discurso cuestionable pero que funciona como mero entretenimiento.


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