Dos chicos viajan con sus padres al norte chileno para pasar un fin de semana largo, durante el trayecto serán testigos de cómo se desgasta la relación entre sus padres y como el viaje se irá convirtiendo en el último de toda la familia completa.

La película de Dominga Sotomayor es un tanto peculiar, una suerte de road movie íntima, filmada durante un buen tramo en el interior del auto en el trayecto a ese último viaje familiar que durará los días señalados en el título, siempre desde el punto de vista de los hijos desde el asiento trasero.

La puesta en escena de Sotomayor es rigurosa y precisa, sorprendente tratándose de una ópera prima, genera tanta tensión que se desborda; la mirada de Lucía, la hija, es la que lleva el relato adelante, todo lo que sabemos, lo que sucede, lo que se entiende y lo que no se entiende, lo vemos a través de su mirada, una mirada infantil que trata de comprender el por qué de las acciones de los adultos y que la acerca inexorablemente al final de su propia niñez.

Planos largos, estáticos, pero llenos de intensidad; de una familia que se desmorona, y de una chica que se asoma a un nuevo comienzo en su vida.