Demasiado inocente, demasiado previsible, demasiado arquetípica; y a pesar de ello resulta encantadora, emocionante y superlativa. La razón es muy sencilla, las intrigas de Holmes y Watson quedan reflejadas a la perfección, con dos protagonistas inconmensurables, el resto de los actores representan sus papeles de modo magnífico, el blanco y negro es absorbente y la intriga siempre mantendrá al espectador erizado en su asiento.
Claro que tiene muchos fallos en su guión, claro que está más cerca de Agatha Christie que de Conan Doyle, pero al espectador honrado no debe importarle semejante desvarío. Un admirador de Holmes-Rathbone y Watson-Bruce es un incondicional que conoce el talento con el que están hechas estas pequeñas obras maestras, y la honestidad de su puesta a punto.
Desarrollada en su totalidad dentro de un expreso que transita desde Londres a Edimburgo, el sonido de esos trenes de hace un siglo emociona tanto como la propia historia en sí.