Entre los que miran cine, están los que odian a Terry Gilliam y los que lo aman. Dentro de los que lo aman, están los que lo aman por "Brazil" y los que lo hacen por "Pánico y locura en Las Vegas". Y algunos que lo conocen de los Monthy Python o de películas como, por ejemplo, "Doce Monos".

Yo soy de los que veneran "Brazil". Es una de las diez mejores películas que he visto. Es la más absurda sátira del siglo veinte que ha dado el cine y, al mismo tiempo, una crítica coherente, despiadada e implacable de todos los sistemas políticos que se nos han propuesto como soluciones maravillosas a la mayoría de los problemas. Desde el argumento, pasando por la música y la estética, todo parece una caricatura grotesca, pero no lo es. O mejor dicho, lo es, muy a propósito.

Se cuenta la epopeya de Sam Lowry (Johnatan Pryce), un empleado público aburrido e insatisfecho, que a instancias de una mujer de la que está enamorado se embarca en la utópica búsqueda de un vecino a quien por un error burocrático se ha secuestrado por tener un nombre parecido al de un rebelde antisistema (cuyo papel interpreta Robert DeNiro). Frente a sus ojos desfilan personajes a cuál más grotesco, que van desnudando algunas de las obsesiones de la vida moderna: el confort, la estética, el status social, el orden... y que al final nos dejan la sensación de que todo es una inmensa banalidad.

Grandes actuaciones de Pryce y DeNiro (en un pequeño papel), cuenta también con Bob Hoskins, Ian Holm y Michael Palin, sólidos, patéticos, hilarantes e inolvidables.

Una película poco convencional, pero muy original y certera. Hay que verla.