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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
Intriga. Drama Leonard Vole (Tyrone Power), un hombre joven y atractivo, es acusado del asesinato de la señora French, una rica anciana con quien mantenía una relacion de carácter amistoso. El presunto móvil del crimen era la posibilidad de heredar los bienes de la difunta. A pesar de que las pruebas en su contra son demoledoras, Sir Wilfrid Roberts (Charles Laughton), un prestigioso abogado criminalista londinense, se hace cargo de su defensa. (FILMAFFINITY) [+]
6 de abril de 2010
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien se mira, todo el cine de Billy Wilder gira alrededor de una idea fija: la mentira es el motor del mundo. Cuando se rastrea a fondo en su filmografía, no encontramos más que seres conmovedoramente patéticos atrapados en mascaradas, metidos de grado o por fuerza en historias que ellos u otros han ideado y en las que deben representar un papel que no es extraño que acabe devorándolos o mostrándoles, muchas veces entre risas crueles, la fea cara de la vida a la que se han visto arrastrados. Vendedores de seguros cínicos y amorales, apocados e ingenuos empleadillos, guionistas aprovechados, periodistas poco escrupulosos, cuñados caraduras, policías convertidos en chulos por el amor de una puta, los personajes de las pelis de Wilder viven en un mundo de falsedades, engañan y son engañados y acaban experimentando, en un momento u otro y de una u otra manera, las desagradables consecuencias de ver arrancada la máscara que cubre su rostro y a través de la cual contemplan el mundo. Lo que ven entonces es el escenario desnudo que les devuelve, acabada la farsa, las verdaderas dimensiones de su miserable estatura humana.

Se ha dicho muchas veces que “Testigo de cargo” es una de las películas más impersonales de Billy Wilder, que apenas se nota su mano en ella, y hasta cierto punto es posible que eso sea así. Se trata de una adaptación de una historia de Agatha Christie en la cual Wilder apenas introdujo cambios y que el genio vienés se propuso dirigir, como él mismo confesó en alguna ocasión, como un simple desafío: quería rodar una peli de Hitchcock mejor que las de Hitchcock. Todas sus aportaciones parecen limitarse a modificar el papel del abogado Sir Wilfrid Roberts, rehecho aquí a la medida de su adorado Charles Laughton, a quien se acompaña además de una enfermera tan severa como risible, encarnada por Elsa Lanchester, esposa de Laughton en la vida real, cuya actuación en la peli le valió una nominación al Oscar. Los divertidos y feroces diálogos entre Laughton y Lanchester, repletos de guiños a su vida privada, pasan por ser lo más genuino de Billy Wilder que hay en esta peli.

Y sin embargo, viendo cómo se recrea Wilder en las escenas judiciales, encaradas como si de una obra teatral se tratara, en las solemnes fórmulas de los letrados, en sus rimbombantes parlamentos y sus réplicas y contrarréplicas tintadas de veneno, en los giros abiertamente melodramáticos del argumento, uno no puede dejar de preguntarse si Wilder no estaría hurgando en su tema favorito, el de las falsas apariencias y sus efectos sobre los seres humanos, y acentuara adrede por ello su aire de representación teatral, de artificio que no oculta su tramoya, cuyas pirueta y tirabuzón finales dejan al descubierto los rostros de sus protagonistas y desmienten así esa simetría que, como muy bien sospecha Sir Wilfrid, la vida tiene muy raras veces, y que, a pesar de todo, seguimos buscando en el gran teatro del mundo.
Normelvis Bates
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