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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
5
Intriga. Comedia. Drama. Thriller Tanto Gi Taek (Song Kang-ho) como su familia están sin trabajo. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi Woo-sik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Seon-gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles. (FILMAFFINITY)
20 de mayo de 2020
17 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo me gustaría, a veces, volver a la infancia y a esas tardes frente al televisor en las que Coco, el entrañable muñeco azul de Barrio Sésamo, le aclaraba a uno su lugar concreto en un mundo que a duras penas conocía aún. Esto es cerca, esto es lejos. Izquierda, derecha. Arriba y abajo. Hoy me ha dado por volver a ver una de sus inolvidables lecciones. «¿No es dramático y emocionante?», preguntaba Coco a su audiencia mientras subía y bajaba escaleras una y otra vez, entre bufidos y jadeos. Sí, lo era. Hay pocas cosas que no lo sean a esa edad.

Me temo que con la edad, sin embargo, hay ciertas cosas que cambian. Tal vez sea eso lo que explique que, hacia la mitad de esta película, este adulto que una vez fue un niño sintiera el irreprimible deseo de poner en fila a todos sus personajes y ametrallarlos, sin titubeos ni compasión ni remordimiento y con tiro de gracia por si las moscas. Me pregunto si el niño que fui podría perdonarme. Y qué cara pondría Coco si lo supiera.

Y eso que la cosa no empieza mal del todo, con esa familia semienterrada tras un ventanuco en el subsuelo y malviviendo entre chinches, wifi robada, vecinos borrachos y meones, un inodoro en un altar y destartaladas cajas de pizza. Material de primera, vaya, para una auténtica y deliciosa farsa negra. Las hay muy buenas rodadas en ese detritus. De hecho, todo va más o menos bien hasta que aparecen las metáforas, las grandes y hermosas y, ya me disculparán, putas metáforas de los cojones: pedruscos que aparecen una y otra y otra vez; puertas oscuras que presiden ahora sí y ahora también el centro del encuadre; una oportuna y catárquica tormenta; planos y más planos de escaleras, rampas, cuestas, túneles y alcantarillas. Arriba y abajo, chicos, ¿lo habéis pillado? No, Coco, lo siento, ya no es ni dramático ni emocionante. A cierta edad acaba siendo un coñazo ser tratado como un niño.

Si fuera aún el niño que fui, es muy probable que me tragara sin quejas y aun con gusto la sarta de inverosímiles acontecimientos que llevan a una panda de parias sin oficio ni beneficio a convertirse en el espacio de una veintena de minutos en unos genios de la estafa y la usurpación de identidad y a tejer esa patraña a base de bragas sucias, ketchup, pelusilla de melocotón y documentos falsificados con pericia profesional, que les conduce a adueñarse de una mansión sin que sus retardados habitantes se den cuenta en ningún momento de sus triquiñuelas y maniobras. No habría problema con que esos señorones de fino olfato no olieran los restos recientes de una orgía de whisky de lujo y papeo guarro, desintegrados como por arte de magia bajo sus muebles, ni con esa inútil cocinera capaz de guisar con primor un plato cuya existencia desconocía ocho minutos antes. Podría incluso creerme que, tras todos los esfuerzos familiares por adueñarse del casoplón de los bobos ricachones, la misma zopenca abriera la puerta a uno de los inquilinos expulsados porque, ejem, se ha dejado «una cosa» olvidada. Y que, no contenta con eso, la ayudara sin dudarlo un instante a mover una pesada alacena y a acceder, lo han adivinado, a un dramático y emocionante mundo subterráneo repleto de peldaños. Creo que de seguir siendo un niño, en fin, me reiría con esos inoportunos resbalones y esas chistosas caídas por las escaleras que, de hecho, creo haber visto en una peli, no sé si de Mr. Bean o de Peppa Pig, ahora no caigo.

Pero ese, en el fondo, no es el problema de esta película. La incredulidad, en realidad, resulta fácil de suspender, y en determinadas circunstancias hacemos lo posible, de hecho, para que no nos estorbe ni nos impida disfrutar de una obra de ficción si ésta nos resulta de veras interesante. El problema, creo haberlo dicho, está en las metáforas. En su uso y en su abuso. En el modo en que Bong Joon-ho, ese Góngora de ojos rasgados, las disemina a lo largo del metraje como boyas fluorescentes para señalarle al espectador el recto camino a seguir, como si desconfiara de su capacidad para guiarse por su cuenta o estuviera convencido, directamente, de que hay quien se ha arrancado los ojos antes de ver su peli. Dedica tanto tiempo el director coreano a subrayar a destajo lo que quiere que el espectador retenga, a convertir todas y cada una de las situaciones en grandes y hermosas metáforas de una verdad superior, que desatiende la verosimilitud de la acción o la construcción de personajes que sean algo más que simples caricaturas o muñecos de guiñol. Los diálogos se convierten en rutinarios y con frecuencia estúpidos intercambios de mensajes codificados cuya única misión es la de apuntalar el significado metafórico de la película, esa papanatada que suele llamarse «mensaje», que aquí importa mucho más que lo que pueda llegar a pasarle a cualquiera de los personajes. El tedioso e interminable tramo final de la peli es, es este sentido, tan enfático y maniqueo que acabaría uno riéndose a carcajada limpia de no tener ya saturada de metáforas y clavos de Chéjov la paciencia. Poco importa ya, a esas alturas, quién es el apuñalado, el ahorcado, el ensartado, el de los sesos aplastados o mermados. A quién le importa lo que les ocurra a unos tristes títeres de cachiporra.

¿Y cual es el mensaje, esa verdad absolutamente demoledora y original a cuyo servicio pone Bong Joon-ho toda la peli y que ha puesto de rodillas a críticos, público, jurados y académicos? ¿Que los ricos viven ensimismados en su mundo, ajenos a los padecimientos de los desposeídos de los que se aprovechan mientras pueden servirse de ellos? Vaya. ¿Que los pobres están condenados a devorarse entre ellos mientras buscan en vano una riqueza que nunca podrán poseer? Caray, pues si que es novedosa la cosa. Menudas alforjas para este viaje, que me ha devuelto al mundo de Barrio Sésamo: a Coco le ha dado por explicarme en qué consiste la dramática y emocionante lucha de clases. Arriba, abajo. Arriba, abajo.

(sigue en la zona spoiler sin revelar detalles del argumento)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Normelvis Bates
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