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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Intriga. Bélico. Drama El Coronel Franz Von Waldheim se encuentra destacado en París con una misión muy concreta: hacerse con las modernas pinturas francesas, las mismas calificadas de "degeneradas" por los nazis, y cargarlas en un tren con destino a Alemania para el Tercer Reich. Eso sí, ha de tener mucho cuidado de no dañar la carga y, además, tiene de tiempo límite lo que tarden los aliados en reconquistar la ciudad, es decir, poco margen ya que cada vez están más cerca. (FILMAFFINITY) [+]
21 de agosto de 2010
62 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es algo que ocurra todos los días, pero cuando ocurre es maravilloso. Lo más normal, por desgracia, es todo lo contrario: ver de nuevo películas que hemos tenido durante años por grandes obras y encontrarlas de pronto bobas, histéricas o directamente malas. No es tan habitual, sin embargo, sentarse a ver una peli que uno recuerda buena sin más y descubrir en ella los rasgos propios de una auténtica obra maestra. Lo que se experimenta entonces es, sin exagerar, lo más parecido que conozco a la auténtica alegría infantil: se siente uno, en efecto, como aquel niño maravillado que descubría por primera vez la grandeza del cine.

Durante muchos años tomé “El tren” por una estupenda peli de acción bélica. El recuerdo que yo tenía de ella se componía, básicamente, de las fotos que lucen en su carátula: Burt Lancaster disparando rabiosamente su metralleta y brincando sobre un tren en marcha, entre tiros y explosiones y pelotones de malvados nazis dispuestos a acabar con él. Poco menos que como una versión algo más dura y malcarada de “El temible burlón”, sólo que en blanco y negro y sin los volatines de Nick Cravat.

Cuánto me alegra haberme equivocado. Bueno, en algo sí acertaba: “El tren” es una soberbia y trepidante muestra del mejor cine de acción, espectacular y emocionante en el mejor sentido de dos términos que apenas significan ya nada. Es de lo más gratificante comprobar, en esta época de ridículos chamarileros de morralla digital que venden revoluciones 3D de top manta, el desbordante poder de la energía que eran capaces de desplegar los antiguos artesanos de los efectos especiales. Como Frankenheimer sirve además el espectáculo a un ritmo sostenido y preciso y con una extraordinaria gradación de la tensión, que alcanza cotas antológicas en su último tramo, el resultado no puede ser otro que una de las mejores pelis de su género jamás rodadas.

Lo cierto es que la tarea de Frankenheimer en esta peli es digna de estudio: hay escenas tan primorosamente planificadas, movimientos de cámara tan elegantes, una atención tan sutil a los detalles que la convierten en una obra de sugerencias prácticamente inagotables. La magnífica fotografía de Jean Tournier y Walter Wottitz, el profundo estudio de unos personajes poliédricos, un guión montado sobre dualidades que es un auténtico mecanismo de relojería y el espléndido trabajo de un reparto encabezado por un Lancaster en plenitud de facultades físicas e interpretativas y un glorioso Paul Scofield completan las bondades de una peli que, por si fuera poco, se dedica a hurgar en los rincones de esa ratonera llamada heroísmo, en los extraños y acaso gratuitos motivos que conducen a tantos hombres y mujeres sin nombre, cuando los alemanes se baten ya en retirada, a dejar de lamer sus botas y apostar la vida por cuatro francos a cambio de un puñado de cuadros que nunca han visto y en los que, les han dicho, se halla la raíz misma de la gloria de su patria. O de su vanidad, que viene a ser lo mismo.
Normelvis Bates
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