Blanco y negro, pocos personajes, poca acción, argumento esquemático y escenas largas y pausadas. Todo lo contrario de lo que suele ser el cine americano comercial. Y, sin embargo, esta película tuvo cierto éxito en los festivales y es apreciada por bastante público. Con todo, no llenaría las salas. La película está contada en tres grandes bloques narrativos: el de los personajes en su vida habitual, el que sucede dentro de la cárcel y el relativo a la fuga. Cada parte tiene su propia entidad, pudiendo casi funcionar como narraciones independientes, aunque haya un hilo argumental general. Los planos están muy bien construidos, con un gran sentido de la estética, y sacando mucho partido a la fotografía. Se juega constantemente con lo tragicómico, con grandes contrastes entre la realidad sórdida de unos seres marginales y la visión optimista e infantil de la vida, introducida sobre todo por el personaje de Roberto Benigni. Jarmusch saca mucho partido de este italiano introducido como con calzador en la historia, que crea situaciones surrealistas basadas en su precario inglés. Todo es como un cuento, donde suceden cosas a las que no hay que buscar mucha lógica. Más bien hay que disfrutar de cada escena y de sus diálogos chispeantes sin darle muchas más vueltas. Hay por otro lado citas cultas, en inglés y en italiano, que dan a la película un toque intelectual que denota que estamos ante un producto sofisticado.