Si Psicosis es considerada hoy día como una obra de arte no es sólo porque su director A. Hitchcock sea uno de los mayores genios que ha dado el cine (aunque parece que la rodara en estado de gracia, relajado y divertido, casi como si rodara un episodio de su maginífica serie de tv), ni porque prácticamente todo el cine de terror emergiera de ella, sino porque Psicosis resume y compendia todo lo que es el séptimo arte, la visión de la realidad a través de una lente, no como sucede, sino como el ojo tras esa lente quiere que la experimentemos y sintamos. Pocas veces somos manipulados en el cine como en Psicosis, y es esa sensación de estar en una montaña rusa la que ha atraido siempre a los espactadores al patio de butacas.
Si además tenemos una historia gótica y cimentada en las profundidades de lo que llamamos normalidad y cordura, una historia que es difícil de olvidar una vez que se ha visto, entenderemos porque el cine de terror de los 70 y los 80 no habría existido sin ella. Hablar de Psicosis es estropearla. Pocas películas suponen semejante experiencia, que debe vivirse frente a una pantalla y a oscuras. Desde que los títulos de crédito brotan a cuchilladas frente a nuestros asombrados ojos, intuímos lo que es Psicosis.
El resto, viene solo.
Gwendy