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España España · málaga
Voto de nachete:
7
Drama Matsugoro, un pobre conductor de carro en el Japón del periodo Meiji, devuelve a un niño perdido, Toshio, a su casa. Sus padres se muestran con él muy agradecidos. Tras la muerte del padre, la madre, Yoshiko, muy preocupada por su hijo, le pide a Matsugoro que le ayude a educarlo. Él acepta encantado. Con el paso del tiempo le coge mucho cariño, al niño y a la madre. Pero Toshio crece, y se marcha a estudiar a la universidad de Tokio, y ... [+]
15 de noviembre de 2007
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rescatar a un niño de un árbol, conocerle. Conocerle a él y a su madre. Conocerse. Y enamorarse de la vida, aunque a veces duela. Inagaki filma desde el lado más amable del corazón, huyendo de lo explícito para dejar que su historia la cuenten aquellas palabras que no se pronuncian, con sutileza, sin aspavientos. Hay mucho dolor en esta película. Y soledad y miedo, pero siempre brilla el sol. Como un felliniano artesano de la memoria, el autor de Samurai prescinde prácticamente del causa-efecto para centrarse en lo anecdótico descriptivo, en una línea impresionista que prioriza el detalle sobre todo lo demás. Entre escena y escena no hay una unión demasiado sólida, pero todas, sumadas, acaban conformando un fresco humano que en su último tramo roza lo desolador.

Inagaki ya no habla de guerreros ni reconstruye la época samurái con sabiduría de perro viejo y hambre de espectáculo, pero el aprendizaje, el honor, siguen siendo el verdadero motor de la historia. Aquí hay unos principios, un reglamento moral que el protagonista (conmovedor, impresionante Toshiro Mifune) respeta aún a costa de su felicidad, simplemente poque es lo correcto. El hombre del carrito habla de la amistad y del amor, pero también de la propia quimera de nuestros deseos, de la asunción de un camino que quizás fuera equivocado pero que uno jamás se arrepiente de haber recorrido. La asunción de una vida mutilada, aunque un tristísimo cuadro intente poner algo de equilibro entre tanto malestar interior.

Pero claro, esto va por dentro. Por fuera todo es liviano, cómico y encantador (y se agradece), con sus flashbacks minimalistas y su buen puñado de anécdotas para recordar. Ozu, otro amante de los secretos y las procesiones que van por dentro, es un nombre que viene a la memoria al contemplar este filme. Inagaki no tiene su talento, pero estoy seguro de que el autor de Primavera tardía hubiera disfrutado (y se hubiera emocionado) con la vida del bueno de Matsu, el salvaje. De propina, una lectura (amarga, por supuesto) sobre la pérdida de la tradición (Mifune y los tambores) y la forma en que un estilo de vida es rebasado por el propio tiempo. Matsu como símbolo de una época y Matsu como individuo, según el prisma. Mientras, la rueda del tiempo y de la vida seguirá rodando. Aprovechad ahora; luego, quizás sea tarde.

Lo mejor: la composición de Mifune, de las que dejan huella.
Lo peor: ciertos excesos sensibleros.
nachete
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