Continúan las andanzas de nuestra heroína Azumi, todavía intentando finalizar la misión que dejó inconclusa en la primera parte. En la silla del director ya no se sienta Kitamura, sino Shusuke Kaneko, lo que repercute en una considerable reducción de ideas descabelladas. Esta secuela es más clásica (o menos bizarre) que su predecesora, más rebajada de humor y menos dispersa, probablemente por focalizar toda la atención narrativa en el personaje protagonista femenino, del que ahora empezamos a conocer más en profundidad sus dudas, inquietudes y anhelos.

Argumentalmente bastante sólida, esta continuación construye una peripecia de acción pura y directa que resulta incluso más amena que el original, introduce personajes interesantes (la enorme Chiaki Kuriyama, igual de fascinante que en Battle Royale o Kill Bill) que funciona como perfecta Némesis de Azumi, y va, en general, directa al grano, con sencillez y evitando cualquier exceso. Esta pulcritud formal puede hacer que añoremos algunos de los delirios de puesta en escena de Kitamura, pero sería estúpido negarle buena mano a la hora de rodar peleas y combates sangrientos (hay un par de golpes gore estupendos).

Yo he salido satisfecho, creo que no solo cumple, sino que incluso supera al film original, aunque la bulliciosa e imperfecta película de Kitamura ofrecía más estímulos para el cazador de rarezas. En cualquier caso, un convenciste paso adelante en la historia de esta bella asesina, cuyo futuro queda abierto en un bellísimo y significativo plano final (ver spoiler) que revela que Kaneko también conoce el significado de la palabra sutileza.

Lo mejor: Chiaki Kuriyama, por supuesto.
Lo peor: algún momento romántico bobalicón, un poco de moralina barata...