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Comedia
Juraron que no se verían las caras nunca más pero, por una cantidad razonable de dinero, están dispuestos a hacer una excepción. Los hermanos Osorio, glorias olvidadas de la música electrónica de los 90 con el grupo Supergalactic, años después han tocado fondo, totalmente olvidados. Cuando les contratan para ir juntos a dar el pregón en su pueblo natal no imaginan la que se les viene encima. Sus intenciones de llegar, ganar el dinero y ... [+]
6 de noviembre de 2016
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los 80 (y los 90) nunca se fueron. Es más, siguen más vivos que nunca. Tan sólo hay que echar un ojo a las infinitas referencias, a los eternos guiños y a las constantes menciones que pueblan infinidad de películas, series de televisión, revivals a través de libros y un largo etcétera. Y de esas dos décadas la que cuenta con la flor y nata de la cultura pop es la que más apogeo tiene si es que alguna vez ha dejado de tenerla de unos años a esta parte. Pero “El pregón” intenta hacer lo propio con la época que parece pasar de soslayo o que casi nunca se le hace sitio cuando podría decirse que fue todo un acontecimiento en sí mismo. “El pregón”, el nuevo trabajo de Dani de la Orden, decide apostar por la sencillez, los colores eléctricos casi kitsch, como si la revista Super Pop hubiese traspasado la pantalla. Sin ir más lejos aquel magazine era el vademécum de todo lo referente a música, cine y televisión casi por antonomasia con permiso del TP. Eran tiempos más sencillos, alegres, aún se disfrutaba todo con calma y había todo un universo por descubrir. La introducción en la película no puede ser más clara. Supergalactic, el grupo de moda, abre plano con “Pool Party Time”, un videoclip que hubiese sido la delicia absoluta de haber llegado a poblar la MTV (la buena de verdad). La estética, la puesta en escena, el diseño, el vestuario, todo en su conjunto evoca los grandes y explosivos momentos del apogeo de un medio, un estilo y un formato que levantaba pasiones y daba lugar a grupos musicales que, por desgracia, nunca volvieron o muy pocos supieron mantenerse en el candelero mediático y musical.
En esos pequeños instantes puede verse no sólo los excesos de la cultura top sino también la inocencia de unos tiempos que por desgracia ya no volverán. Se quedaron a vivir en el cuarto de la nostalgia y aunque de vez en cuando se les saca a paseo para desempolvarlos nacieron para morir como suele pasar con todo estilo predeterminado y facturado. La realidad se hace patente a los pocos minutos dando un salto actualizado y lo que antes era un dúo musical muy bien avenido, repleto de prestigio, fama y admiración ahora son los hermanos Osorio, separados, cada uno con su respectiva vida sin saber el uno del otro. Uno es Richi, Berto Romero creyéndose a pies juntillas su personaje y demostrándolo en todo momento, quien aún sigue anclado a la música de aquellos tiempos sólo que esta vez el timón de este barco que va a la deriva lo maneja él sólo. El otro es Juan, Andreu Buenafuente que debuta como protagonista en un rol que está creado para ser la voz más dura y real de una situación que muchos españoles padecen (y siguen haciéndolo): La crisis económica no perdona, el trabajo no existe, su hijo necesita urgentemente un aparato dental que no puede permitirse y su ex esposa, como golpe de humillación, está casada con alguien pudiente y que puede mantener tanto a ella como a su hijo en común. Por así decirlo, lo que había empezado como algo divertido se trastoca en una bofetada de realidad nada agradable.
Pero Diego Sanjosé (Ocho apellidos vascos) y David Serrano (Días de fútbol), a pesar de tocar temas tan serios y para nada cómicos, su don es la risa. La amable, la sincera, la emotiva a fin de cuentas, la que expone la costumbre y lo ancestral para acentuar lo que visto desde la pantalla y no en carne propia puede ser campo libre para exponerlo todo sin que nadie se sienta ofendido y encima uno se sienta obligado a, como mínimo, reírles las gracias. Aquí el futuro se torna presente y a modo de posible reconciliación, Proverzo, el pueblo natal de ambos, los invita como Supergalactic a las fiestas del pueblo. Dejando egos, tiranteces y malos rollos, ambos hermanos regresan a sus raíces, a sus orígenes, a sus tiempos donde eran alguien para, como mínimo, conseguir algo que pueda permitirles pagar gastos, manutención y recuperar el orgullo y la dignidad que el tiempo les ha robado. Es a partir de la llegada al lugar marcado cuando la película se torna en un ejercicio rústico sobre las maneras y la vida diaria en un pueblo, con sus costumbres arraigadas, su manera de hacer las cosas pero siempre dentro de esa idiosincrasia tan particular y que sirve también para mostrar el contraste con la urbe. Pero no sólo se centra en el tema urbanístico sino que también lo hace en el carácter campechano de sus gentes y que tanto guionistas como director deciden sobredimensionar para así conseguir la carcajada ante ciertas situaciones.
Sin lugar a dudas la premisa puede llegar a ser interesante pues entronca a la perfección con esa sensación extraña que produce el volver al punto de partida del cual uno se marchó. Recuperar esos momentos que se perdieron y que también se prefirió dejar marchar para reencontrarse con una vida que también existe. También cuenta con un reparto más o menos bien avenido, homogéneo y que a pesar de no haber ningún actor que destaque más allá de Berto el resto del reparto, que está formado por Jorge Sanz, Belén Cuesta y Goyo Jiménez, intenta ofrecer algo divertido, cómico, cómplice y accesible. Otra cosa es que hayan gags mejores y peores, situaciones rocambolescas de todo tipo y un estado anímico más acertado cuando se centra en la relación de los dos hermanos que cuando prefiere subrayar la hilaridad de ciertas costumbres, fiestas y demás. De ahí que la escena de la persecución de la cabra sea la más rocambolesca mientras que la del lanzamiento del animal desde lo alto del campanario, contra todo pronóstico, sea la más original, divertida y sorprendente por la resolutiva y el resultado. Luego vendrá la parte de la procesión que sin ser la panacea, pues recurre a un humor bufo e infantil, no deja de ser algo muy patrio.
- continúa en spoiler -
En esos pequeños instantes puede verse no sólo los excesos de la cultura top sino también la inocencia de unos tiempos que por desgracia ya no volverán. Se quedaron a vivir en el cuarto de la nostalgia y aunque de vez en cuando se les saca a paseo para desempolvarlos nacieron para morir como suele pasar con todo estilo predeterminado y facturado. La realidad se hace patente a los pocos minutos dando un salto actualizado y lo que antes era un dúo musical muy bien avenido, repleto de prestigio, fama y admiración ahora son los hermanos Osorio, separados, cada uno con su respectiva vida sin saber el uno del otro. Uno es Richi, Berto Romero creyéndose a pies juntillas su personaje y demostrándolo en todo momento, quien aún sigue anclado a la música de aquellos tiempos sólo que esta vez el timón de este barco que va a la deriva lo maneja él sólo. El otro es Juan, Andreu Buenafuente que debuta como protagonista en un rol que está creado para ser la voz más dura y real de una situación que muchos españoles padecen (y siguen haciéndolo): La crisis económica no perdona, el trabajo no existe, su hijo necesita urgentemente un aparato dental que no puede permitirse y su ex esposa, como golpe de humillación, está casada con alguien pudiente y que puede mantener tanto a ella como a su hijo en común. Por así decirlo, lo que había empezado como algo divertido se trastoca en una bofetada de realidad nada agradable.
Pero Diego Sanjosé (Ocho apellidos vascos) y David Serrano (Días de fútbol), a pesar de tocar temas tan serios y para nada cómicos, su don es la risa. La amable, la sincera, la emotiva a fin de cuentas, la que expone la costumbre y lo ancestral para acentuar lo que visto desde la pantalla y no en carne propia puede ser campo libre para exponerlo todo sin que nadie se sienta ofendido y encima uno se sienta obligado a, como mínimo, reírles las gracias. Aquí el futuro se torna presente y a modo de posible reconciliación, Proverzo, el pueblo natal de ambos, los invita como Supergalactic a las fiestas del pueblo. Dejando egos, tiranteces y malos rollos, ambos hermanos regresan a sus raíces, a sus orígenes, a sus tiempos donde eran alguien para, como mínimo, conseguir algo que pueda permitirles pagar gastos, manutención y recuperar el orgullo y la dignidad que el tiempo les ha robado. Es a partir de la llegada al lugar marcado cuando la película se torna en un ejercicio rústico sobre las maneras y la vida diaria en un pueblo, con sus costumbres arraigadas, su manera de hacer las cosas pero siempre dentro de esa idiosincrasia tan particular y que sirve también para mostrar el contraste con la urbe. Pero no sólo se centra en el tema urbanístico sino que también lo hace en el carácter campechano de sus gentes y que tanto guionistas como director deciden sobredimensionar para así conseguir la carcajada ante ciertas situaciones.
Sin lugar a dudas la premisa puede llegar a ser interesante pues entronca a la perfección con esa sensación extraña que produce el volver al punto de partida del cual uno se marchó. Recuperar esos momentos que se perdieron y que también se prefirió dejar marchar para reencontrarse con una vida que también existe. También cuenta con un reparto más o menos bien avenido, homogéneo y que a pesar de no haber ningún actor que destaque más allá de Berto el resto del reparto, que está formado por Jorge Sanz, Belén Cuesta y Goyo Jiménez, intenta ofrecer algo divertido, cómico, cómplice y accesible. Otra cosa es que hayan gags mejores y peores, situaciones rocambolescas de todo tipo y un estado anímico más acertado cuando se centra en la relación de los dos hermanos que cuando prefiere subrayar la hilaridad de ciertas costumbres, fiestas y demás. De ahí que la escena de la persecución de la cabra sea la más rocambolesca mientras que la del lanzamiento del animal desde lo alto del campanario, contra todo pronóstico, sea la más original, divertida y sorprendente por la resolutiva y el resultado. Luego vendrá la parte de la procesión que sin ser la panacea, pues recurre a un humor bufo e infantil, no deja de ser algo muy patrio.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por lo demás, huelga decir que a pesar de tener como guionistas a los creadores de auténticos éxitos (otra cosa es si realmente son válidos desde un punto de vista cinematográfico) el resultado de “El pregón” demuestra que no estamos ante una comedia célebre, ni tan siquiera importante dentro del género. No desentona en demasía, no molesta porque es hasta inocente. Incluso ofrece un espectáculo emotivo, sincero y sensible en ciertos aspectos. El problema radica que, contando con dos artistas de la talla de Buenafuente y Romero, el primero se encuentra un poco desubicado al estar en un medio completamente opuesto al del late night. Se le nota el esfuerzo por no desentonar y estar adecuado con el rol que le ofrecen pero uno no puede evitar contemplar al presentador de la noche en vez de a un actor con conocimiento de causa. Mientras tanto el segundo se nota que su vis cómica y su química tanto con su partenaire como con el público es agradecido y resultón consiguiendo, además, un personaje empático, amable, simpático, agradable, infantil e inocente a fin de cuentas. Aún así, las escenas que mantienen juntos demuestran que ambos mantienen una química que a estas alturas del cuento es imposible de romper o sabotear. Nacieron para compartir plano, escena y todo lo que venga.
“El pregón”, aunque intenta mostrar cómo la necesidad hace desdecirnos de nuestras promesas ante ciertos familiares, también sirve como parodia amable de esos músicos que se creían dioses pero no sabían que nacieron con fecha de caducidad al igual que subraya con ironía (pero sin acidez) las tradiciones más ancladas en la cultura popular pero sin entrar en debates ni cuestiones de dudoso gusto. Incluso si se apura, el filme también podría pasar por una clase (no tan didáctica) sobre el fracaso en todo aspecto y ámbito, la melancolía por un tiempo pasado que sin ser mejor era distinto y la sensación de que la familia, a fin de cuentas, es lo único que nos queda aunque no podamos vivir con ella. Pero aún notándose las bondades de todos estos aspectos, la película no da mucho más de sí una vez nos encontramos con el eje central y en más de una ocasión (y de dos) va dando tumbos sin saber cómo encontrar la salida. Porque hay ciertos momentos donde la comedia se nota forzada, como si no se supiera lograr el gag deseado o que los actores no dan la talla para llevar a buen puerto esa idea que seguro en el papel sonaba mucho mejor. Está claro que este nuevo trabajo de Dani de la Orden camina por una cuerda floja que podía depararle un éxito arrollador o un fracaso estrepitoso. Tristemente el tiempo, como ya sucedió con la década prodigiosa, se la llevará a ese lugar donde casi todos van: el olvido
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/11/06/critica-el-pregon-dani-de-la-orden-2016-reencuentro-con-el-pasado/
“El pregón”, aunque intenta mostrar cómo la necesidad hace desdecirnos de nuestras promesas ante ciertos familiares, también sirve como parodia amable de esos músicos que se creían dioses pero no sabían que nacieron con fecha de caducidad al igual que subraya con ironía (pero sin acidez) las tradiciones más ancladas en la cultura popular pero sin entrar en debates ni cuestiones de dudoso gusto. Incluso si se apura, el filme también podría pasar por una clase (no tan didáctica) sobre el fracaso en todo aspecto y ámbito, la melancolía por un tiempo pasado que sin ser mejor era distinto y la sensación de que la familia, a fin de cuentas, es lo único que nos queda aunque no podamos vivir con ella. Pero aún notándose las bondades de todos estos aspectos, la película no da mucho más de sí una vez nos encontramos con el eje central y en más de una ocasión (y de dos) va dando tumbos sin saber cómo encontrar la salida. Porque hay ciertos momentos donde la comedia se nota forzada, como si no se supiera lograr el gag deseado o que los actores no dan la talla para llevar a buen puerto esa idea que seguro en el papel sonaba mucho mejor. Está claro que este nuevo trabajo de Dani de la Orden camina por una cuerda floja que podía depararle un éxito arrollador o un fracaso estrepitoso. Tristemente el tiempo, como ya sucedió con la década prodigiosa, se la llevará a ese lugar donde casi todos van: el olvido
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