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6
Thriller Una mañana lluviosa, seis hombres disfrazados y armados asaltan la sede central de un banco en Valencia. Lo que parecía un robo limpio y fácil pronto se complica, y nada saldrá como estaba planeado. Esto provoca desconfianza y enfrentamiento entre los dos líderes de la banda, “El Uruguayo” y “El Gallego”. Pero ¿qué es exactamente lo que buscan los atracadores? (FILMAFFINITY)
27 de octubre de 2016
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El cine no está exento de ser la voz en cuello de una parte crítica de la sociedad española quien ve en la banca y la política uno de los mayores causantes de la crisis económica que llevamos padeciendo ya unos cuantos años y que al paso que vamos, por desgracia, tardará en desaparecer. Viendo que la situación no mejora y la impotencia cuesta cada vez más controlar el celuloide patrio, de un tiempo a esta parte, lleva presentando una colección de títulos predispuestos a arrasar con todo sin mirar a quien y sin importar las consecuencias. “Cien años de perdón” sería el nuevo (pero no último) ejemplo de cómo los directores, a través de la cámara, juegan con el género del thriller como lienzo para plasmar la rabia del ciudadano aunque su situación no mejore. Daniel Calparsoro decide ser uno más que marca con estilo seco y directo una ofrenda al cine de bancos y ladrones, de aroma reconocible entre el cine clásico y contemporáneo, con “Tarde de perros” (Sidney Lumet, 1975) como primera opción pero también con cierta crítica como la de Spike Lee en “Plan oculto” (2006). Sin ir más lejos, el título de Lee encerraba espectáculo y crítica a partes iguales y encima con ojo para aunar ambos apartados sin perderse en el camino.

Jorge Guerricaechevarría, un asiduo permanente en la filmografía de Alex de la Iglesia, plantea un guión que comienza siendo el clásico (y típico) atraco en un bando de Valencia para que luego, como si de una muñeca Matrioska se tratase, cada pieza abierta lleva a una parte interna del propio gobierno, dejando en jaque y al descubierto información comprometida que haría tambalear sus propios cimientos. Como suele decirse, nada queda oculto por mucho tiempo. Mientras tanto, intriga y crítica, corrupción y ladrones, rehenes y políticos, todos a una, van formando un puzle donde nadie está a salvo porque aquí no hay víctimas sino culpables, cada uno en su medida y todos en sus respectivas posiciones. El guión pretende hacer un repaso a que el dinero no es el corrupto sino quien desea poseerlo a toda costa y el poder no corrompe sino a quien lo utiliza para mal. Lógicamente, como suele suceder en el cine de ladrones, los protagonistas absolutos de la función son los integrantes de la banda capitaneados a pachas entre El Uruguayo (Rodrigo de la Serna) y El Gallego (Luis Tosar). El resto de integrantes son meros arquetipos que darán comparsa al metraje y los diálogos aunque es bien cierto que logran su cometido sin molestar.

Los dos actores citados llevan el peso de toda la trama con fuerza y tesón, resultando coherentes con sus personajes y con la trama. Incluso por momentos de la Serna acaba por erigirse el rey del corral, quien domina la situación en todo momento con una actuación templada y furiosa cuando precisa la escena y eclipsando al propio Tosar, alguien que por derecho propio siempre se ha condecorado como un monstruo de la interpretación. El resto de actores, para su pesar, resultan desdibujados o fuera de lugar. Sucede con José Coronado, quien aparece sin mucho alarde, con Patricia Vico, quien no sabe controlar su rol al cual se le podía exigir un poco más estando un tanto sobreactuada y con Raúl Arévalo, quien le viene grande su papel al encontrarse algo encorsetado y un tanto desmedido como hombre de recursos. En su conjunto son actores que parecen estar actuando en una serie de televisión más que en un thriller de alto voltaje ofreciendo papeles acomodados, sin demasiado alarde ni precisión escénica, como si la película les viniera grande o como si este tipo de roles no supieran como llevarlos a cabo. Tan sólo hay que ver que ninguno de ellos deja huella ni convence más allá de algún apunte escénico pero nada agradecido.

“Cien años de perdón” demuestra que Calparsoro se toma muy en serio su papel de director quien en más de una ocasión, a la hora de montarla y exponerla, no duda en beber de casos como “Heat” (Michael Mann, 1995), el cine de atracos por antonomasia del cine contemporáneo o “El caballero oscuro” (Christopher Nolan, 2008), basándose en una puesta en escena electrizante para demostrar que el ritmo, la tensión y la sensación de desamparo a manos de un grupo de ladrones que está dispuesto a ir al final a pesar de las consecuencias están bien engrasados. La introducción sirve como ejemplo para ver que las intenciones son claras: dejar constancia que al cine español también se le da bien realizar thrillers con gancho. No hay un solo minuto en todo lo que acontece en el interior del banco que sobre o moleste. Es más, cuando la cámara se aparta de él y se centra en los personajes secundarios o cuando enfoca en historias secundarias es cuando la película flojea o pierde fuelle. De ahí que todo el plan para hacerse con el dinero, todo lo que conlleva el intentar escapar indemnes sin que ninguno de los ladrones resulte herido, el control del Uruguayo ante cualquier imprevisto y el clímax final, que es donde siempre se suele colocar el énfasis y la sorpresa, son escenas que resultan un trabajo bien hecho por parte del equipo técnico y de la mano firme de Calparsoro quien sabe colocar la cámara donde y cuando debe.

- Continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
claquetabitacora
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