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Voto de toribiodeporra:
4
Comedia. Drama. Romance Madrid, años 80. Narra la historia de amor entre una joven ninfómana y el hijo de un jeque árabe. Mientras que ella forma parte de un violento grupo musical, a él lo que más le interesa son los cosméticos y los hombres. Música, violencia, persecuciones, pasión, sexo. (FILMAFFINITY)
28 de septiembre de 2015
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Imaginad que, con motivo de una fiesta para celebrar sus bodas de plata, -por ejemplo- tus padres se reúnen con un grupo de amigos. A medida que el alcohol baja de nivel en las botellas y el humo de algún porrillo extraviado contagia de risas blandas las bocas de los presentes, va propagándose por el sarao la más laxa deshinibición. Entonces se despojan de etiquetas, protocolo y afectación. Los visitantes evolucionan más libremente, se van sintiendo cómodos: se aflojan el nudo de la la corbata y dejan de meter las barrigas -ellos-, mientras que ellas se atreven a abrirse un poco el escote o aun, en un alarde de valentía, a quitarse la faja. Todos estos ingredientes, sumados a la música de cassete, obran el milagro y entonces llega el desmelene. Tú, escondido en el piso superior, observas con un nudo en el estómago y rebosante de vergüenza ajena, cómo tus padres se comportan de manera inapropiadamente desenfadada: beben sin control, cuentan chistes pasados de moda, escenifican gracietas con la despreocupación de un histrión... Y en un momento dado, en el culmen del despiporre, contagiados por el influjo de la fiesta, se lanzan a bailotear con pasos torpes, zambos y ridículos, una danza sensual y desmadejada. El horror y, sobre todo, el bochorno que esto te provoca, te llena el cuerpo de escalofríos, carne de gallina y un continuo chirriar de dientes. Y no es que hayas dejado de querer a tus progenitores, ni pretendas romper el nudo que te ata a ellos, sino que deseas fervientemente conservar el respeto que te han hecho perder al verlos de esa guisa, o mantenerlos en la línea sensata que la dignidad -a estas horas, perdida del todo- dicta.

Tengo edad suficiente como para guardar una imagen más o menos vívida de lo que fue parte de La Movida madrileña, y cuando repaso esos años, me da la sensación de que salen bien parados aunque en la memoria de cada uno las evocaciones, lejos de envejecer, se reaviven con insertos y añadidos que las mejoran. Puede que esto responda al ejercicio particular de preservar la impronta que los años de juventud nos tatuaron en el recuerdo y que, pese a todo, se resiste a abandonarnos por mucho que vivamos.

La otra noche pude volver a ver Laberinto de pasiones y no sentí lo mismo.

Fue un placer el reencuentro con Poch, o con un irreconocible Santiago Auserón, en un ambiente donde Ceesepe o el Hortelano, jóvenes, pujantes y llenos de sueños, podían aparecerse en cualquier momento al la vuelta de cualquier esquina paseándose por la Gran Vía o Malasaña de la mano de Oukelele... Macnamara pidiendo fabada con lengua gorda tras ser taladrado por la broca lúbrica de la foto-novela, Almodóvar en el escenario, libre de corsés y de responsabilidad... Sí, todo eso estaba ahí y dejó un rasguño en en alma que me hizo volver la cabeza atrás, cerrar los ojos y desear encontrarme en La Vía Láctea o en La luna al volver a abrirlos... pero sólo por un momento. Se quedó en un estremecimiento fugaz, en un guiño que dura lo que se tarda en esbozar una sonrisa, en un destello pasajero que se fue trocando en patetismo y chapuza. Tal vez sea cierto eso de que cada uno se hace sus propios recuerdos...

Al reencontrarme con esta película pude observar de nuevo, desde el sofá de mi salón, ese mundo al que un día pertenecimos y que supuso un punto de inflexión en tantas vidas, pero vacío de implicación y carente de la complicidad que creía hallar. Está claro que la lente limita demasiado. Comprobé que, desgraciadamente, nada queda ajeno al paso del tiempo. La sensación que experimenté, con un escalofrío, un poco de incredulidad y mucho sonrojo, es como la de irse muy atrás y volver a ver las fotos de la comunión, como la de verme, más tarde, retratado con pantalones de pitillo, chaqueta de cheviot y luciendo una sonrisa difusa entre hombreras inabarcables... Algo se encoge dentro de ti, algo se remueve, se agita y no es un efecto del todo placentero; se mezclan demasiadas cosas. Es, en definitiva, un poco como eso de ver bailar a tus padres.
toribiodeporra
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