Se han puesto de moda las 'mashups novels', novelas que cogen material preexistente para combinarlo con argumentos contemporáneos de carácter fantástico. Ejemplos son Androide Karenina, Sentido, Sensibilidad y Monstruos Marinos, Orgullo Prejuicio y Zombies, y Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros. Detrás de las dos últimas está Seth Grahame-Smith, quien ha conseguido con su trabajo llamar la atención de Hollywood, siendo más concretos, Tim Burton, que le ha elegido para que se haga cargo de los guiones de Sombras Tenebrosas, la segunda parte de Bitelchus, amén de haberle producido la versión fílmica de su segundo mashup, Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros.

El director para llevarlo a cabo es curiosamente otro amigo de Burton, el ruso Timur Bekmambetov, con el que produjo a medias la película de animación Número 9. Tiene gracia que para llevar a la pantalla grande la historia de un presidente de los Estados Unidos le encomendaran la labor a un director ruso. El elenco: Benjamin Walker, Mary Elizabeth Winstead, Dominic Cooper, Anthony Mackie, Rufus Sewell, Marton Csokas, Alan Tudyk y Jimmi Simpson.

Lo que cuenta es la biografía de Abraham Lincoln (Walker) si además de haber sido presidente de los Estados Unidos, también hubiera ejercido la caza de vampiros tras haber presenciado como su madre fallecía a causa de la mordedura de uno de ellos (Csokas). El rival a batir, el líder de los chupasangre (Sewell), con el que batalla en la Guerra de Secesión.

Han bastado cuatro películas para que Timur Bekmambetov demuestre que tiene un estilo propio: Guardianes de la Noche, Guardianes del Día, Wanted (Se Busca) y esta, denominador común de lo que es su cine. Tender a la exageración, a contar las cosas de manera atropellada, con personajes de una sola pieza carentes de desarrollo, con un abuso de los (cutre)efectos especiales generados por ordenador, aquí para rematar en 3D del malo.

Cine de consumo rápido de usar y tirar con apenas detalles a destacar: la interpretación de Rufus Sewell, la banda sonora de Henry Jackman y alguna coreografía aislada en los 105 minutos que tardan en ventilarse la vida de Abraham Lincoln, sin casi elipsis por cierto.