Tuve la oportunidad de ver Perro Blanco cuando era pequeño y me había causado cierta impresión. Investigando sobre ella he descubierto que no era una película carne de estantería de Video-Club, sino que tras de ella hay un director de pedigrí como Samuel Fuller (1912-1997), con una larga trayectoria periodística a sus espaldas a la par que por sus labores de guionista y director (Uno Rojo: División de Choque). Conocido por tratar temas controvertidos en sus largometrajes, en Perro Blanco sigue con esa tónica tratando un tema de racismo que, sorpresivamente, hizo que en algunos países fuese censurada hasta 1991.

Julie Sawyer (Kristy McNichol), actriz, salva a un pastor alemán que se encuentra abandonado y herido. Tras un intento de robo en casa, tras ser defendida por el animal, decide quedárselo. Tras un grave ataque que comete el canino contra una compañera de rodaje de color, decide llevarlo a Keys (Paul Winfield), un domador que le dice que es un ‘perro blanco’, entrenado para atacar a la gente de raza negra. Keys acepta el encargo de re-educarlo, pues ha fracasado en sus intentos anteriores con los perros blancos.

Realizada toscamente y con escasos medios por Fuller -llegamos a ver el operador de cámara, fallos de raccord-, escrita por él mismo con ayuda del hoy conocido director Curtis Hanson (L. A. Confidential, 8 Millas), Perro Blanco es un film que visto hoy día se puede calificar de correcto, con un buen guión, apuntes interesantes (escenas como la del enfermizo encuentro de Julie con el dueño del can, el clímax…) tratando el siempre espinoso tema de racismo, aunque en su lección moral llega demasiado lejos con tal de redimir la enfermedad del animal (Keys insiste en seguir con el tratamiento aún cuando el perro ha cometido un asesinato).

En el reparto unos sosos Kristy McNichol y Jameson Parker, con protagonismo descendente a medida que avanza la historia, con un más entonado Paul Winfield sobre el que recae el peso de una película que por cierto, cuenta en sus créditos con la figura de Ennio Morricone como compositor en una partitura que pasa sin pena ni gloria.

Fuller, además de tratar el tema del racismo, aprovecha para lanzar algún dardo al sistema cinematográfico de la época, donde empezaban a predominar las grandes superproducciones (Star Wars, Indiana Jones…). Fuller, que vivió un cine muy diferente, suelta alguna puya mediante el personaje del Sr. Carruthers (Burl Ives), productor de cine que en una escena lanza dardos (en realidad jeringuillas) a un poster de R2-D2, quejándose de que esos personajes van a acabar con el cine.