Pocas obras cinematográficas han consiguido crearme la atmósfera en suspensión que Drive me crea de la mano de unas canciones de arrebatadora belleza y, en alguna ocasión, equivocado estilo, así como de un tempo meticulosamente lento y una contención interpretativa extrema.

Drive nos atrapó durante sus dos horas al modo en que David Linch lo hiciera en los 80' con el viejo esquema de "chico conoce a chica", dándole aquí una nueva vuelta de tuerca, para mantenernos ávidos de resolver la tensión sentimental que viven los protas, inmersos, como están, en un entorno de una hostilidad tan extrema que se vuelve el peor nido que quisieras para éstos amantes perdidos en las tinieblas.

Amar, y ser amado, leit motiv de la existencia. No hay historia con más fuerza. Drive lo sabe y, por ello, se instala en ése esquema.

Lástima que, con la pretensión de mostrar la fragilidad de la relación entre él y ella, se le vaya la mano en recrearse con exagerado metraje y extrema dureza, en una serie de episodios de gratuíta violencia del mundo del hampa que, en realidad, poco nos interesa. La saña con la que se conduce éste sanguinario chófer a la hora de eliminar depravados mafiosos consigue, sin mucho esfuerzo, el hacerlos buenos...

El tacto que muestra el film en los asaltos de la mafia es del que, en sus acciones, el chico, a todas luces, carece. Y tan es así que él mismo, maltrecho, termina por descalificarse a sí mismo para su empresa.

Aún así, el desamparo de ésa mujer y su inocente vástago envueltos en un mundo de pesadilla, son retratados aquí con magistral tacto logrando un buen puñado de momentos de los que se te quedan grabados por siempre en la memoria mientras te quedas atrapado aguardando alcancen el paraíso en vida que les estas deseando. El mismo paraíso que para nuestros hijos se anhela, y a los que vemos a través de los ojos indefensos de ése niño y de los de su joven madre superviviente.