Que queréis que os diga, para mí el marido que se resigna a vivir para siempre en una tienda de la plaza donde vive la mujer que le ha olvidado (o mejor dicho, no le recuerda de la manera que él podría apreciar y sentir).

Ese marido que a pesar de eso decide, no sólo perdonar a la hija que lo denunció (y a ella sí ayudarla a recuperar a su madre), sino además convertirse en mil y un personajes cotidianos que faciliten la vida de su amor y se ganen al menos sonrisas de buenos días e invitaciones a tomar un té, aunque tengan que recordarle quién son al día siguiente. La actitud de ese marido representa para mí un amor mucho más profundo que el que suman todas las películas de beso de blancanieves y final de comieron perdices.

Esta conversión del marido, que en una pelicula de Hollywood habría sido imposible, porque se habría encaminado al imparable final feliz en que finalmente lo reconoce, es después del personaje de Feng Wanyu, la mayor belleza de la obra. Y con mucha diferencia su marca de identidad y personalidad propia.