The greatest show on Earth (1952), dirigida por Cecil B. De Mille, es una película en parte melodrama y en parte documental que cuenta la vida en un gran circo. Que haya sido premiada solo se explica por la influencia de su realizador, uno de los fundadores de Hollywood.

Por Nicolás Bianchi

En el libro ‘Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood 1927-1985’ el crítico Homero Alsina Thevenet dice sobre De Mille: “Fundó Hollywood en 1913, vivió en él y en una avenida que se llamó De Mille simbolizó toda la grandiosidad, el gasto y el espectáculo de innumerables superproducciones, apoyadas regularmente en multitudes de extras, enormes reconstrucciones de escenarios, temas de época, fragmentos de la Biblia. El cine sonoro no le molestó mayormente, aunque reveló con mayor nitidez su escasa sutileza para el juego dramático”.

Unas líneas más adelante el autor agrega una anécdota reveladora de un ego a prueba de balas: “En 1952 el Festival Mundial de las Artes (Bélgica) realizó una encuesta entre directores para elegir los diez mejores films del mundo y De Mille incluyó cuatro suyos en la boleta de votación”. La obra del director es sí uno de los pilares de una industria que se fue desarrollando y abundó, como dice Thevenet, en relatos épico religiosos como Los diez mandamientos (1956), Sansón y Dalila (1949) o Cleopatra (1934), entre otros. Pero habría que torcer mucho la mirada para incluir alguna de sus obras entre las mejores de la historia, ya sea en los años cincuenta o siete décadas después.

El Oscar a The greatest show on Earth confirma el peso social del director. La película es un bodoque de interminables dos horas y media de duración en la que se retrata la vida en un circo. En rigor es una mezcla entre documental y ficción. Con narración en off del mismo De Mille se cuenta como son los movimientos de un gigantesco circo a través de las distintas ciudades que visita. Los traslados, que incluyen todo tipo de animales que llevan en un tren propio, tienen, bajo la mirada del director, un carácter heroico.

Con los elefantes, leones, tigres y hasta un hipopótamo desplazándose de fondo, De Mille compara el movimiento del circo con el del Arca de Noé, lo que da cuenta de su gusto por el relato bíblico. En otro apartado el punto de vista está más ligado a lo industrial, ya que se presenta el ensamblado de la gran carpa principal como una epopeya del hombre y sus máquinas. Una película documental sobre un gran circo, con cierta libertad en la prosa del relato, podría haber sido más interesante pero De Mille optó por un raro engendro en el que esas secuencias, por otra parte bien filmadas, solo sirven de interludio para un relato melodramático.

El dueño del circo es Brad Braden (Charlton Heston), que media entre los conflictos que surgen entre sus principales figuras. Ellos son los trapecistas Sebastian (Cornel Wilde) y Holly (Betty Hutton), y el payaso Buttons (el gran James Stewart en un papel que no le hace justicia a su talento). Muy lentamente se desarrolla una trama muy vaga sobre una historia de amor y competencia entre los trapecistas y cierto misterio que se cierne sobre la figura del payaso, que está huyendo, con la cobertura que le provee el circo, de la policía.

Entre las secuencias documentales y las melodramáticas hay extensísimas escenas en el que todo el elenco del circo es presentado. También se siguen los espectáculos con un detalle soporífero, más allá de algún salto sin red de los trapecistas que logra cierta tensión. Entre tanto show supuestamente gigantesco los otros componentes del film pierden cualquier tipo de valor. The greatest show on Earth es un capricho de alguien a quien el espectáculo circense le resultaba fascinante. El premio recibido, a mejor película, revela además la influencia de uno de los fundadores de la industria cinematográfica más poderosa del mundo.