En una de sus peores actuaciones, Galápago Freeman pone cara de sabio, serena simpatía, voz profunda y ojos tiernos. Y nos presenta la metáfora: la vida narrada como una maqueta de tren. El modelismo ferroviario como símbolo de todo lo bueno que podría ser. Reflexión adolescente, que quiere ser profunda, sobre la existencia.
Música indie, guitarra y piano minimalistas. Videoclip de voz melancólica en lánguido susurro, con escena(s) a cámara lenta incluida. Todo envuelto en papel de regalo, muy mono y limpio. Nada sobre la miseria sucia de la adicción.

Los diez primeros minutos -incomprensibles- de la propuesta se nos presentan como la vida buena. Un infierno infantiloide al que todos deberíamos aspirar y que la protagonista está destinada a recuperar. De nuevo, videoclip susurrante, lacito(s) y constante música de sonajero: he aquí la vida buena.

La peli da mucho miedo.