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España España · Madrid
Voto de jokinr:
7
Comedia. Romance La inocente Ariane Chavasse (Audrey Hepburn) es seducida por un playboy millonario norteamericano llamado Frank Flannagan (Gary Cooper). Pero éste ignora que el padre de la chica es el detective privado Claude Chavasse (Chevalier). (FILMAFFINITY)
1 de mayo de 2014
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Considerado Billy Wilder casi como una divinidad, y de las principales, en el firmamento de la comedia estadounidense, puede parecer a algunos una blasfemia, cuando no una impiedad casi imperdonable, señalar los varios errores que conducen a ésta protagonizada por Cooper, Hepburn y Chevalier a un callejón, si no sin salida, sí demasiado estrecho como para que el degustador de buen cine pueda respirar a pleno pulmón y disfrutar sin traba de una historia que, en potencia, era tan prometedora como otras que llevó a la pantalla el director austriaco con más acierto.
El primer problema, y quizá más llamativo, es la elección de uno de los protagonistas, Gary Cooper, el cual encarna al seductor Flanagan. No vamos a poner en duda las dotes cinegénicas del señor Cooper, pero sí, y muy seriamente, sus cómicas. Tener un rostro y unos gestos simpáticos no proporciona en absoluto a nadie recurso interpretativo alguno para protagonizar airosamente una comedia al estilo de las que solía filmar Samuel Wilder (verdadero nombre de Billy), en las que la solvencia cómica era primordial. Sólo se me vienen las siguientes palabras para calificar la actuación de Cooper: sosa y acartonada; calificativos en que hay que abundar si uno atiende a la hondura de que dotan a sus respectivos personajes Audrey Hepburn (la seducida Ariane) y Maurice Chevalier (el padre de la joven). Quizá este papel hubiera sido ideal para un tipo como el que solía componer Cary Grant, más suelto y ágil que Cooper en este tipo de filmes.
Otro problema es el ritmo. Se hace evidente una descompensación rítmica en el núcleo del desarrollo de la trama, proveniente seguramente del libreto, que Wilder no es capaz de solventar del todo. Además, el guión está trufado de chistes y recursos que al conocedor de las comedias de este director le suenan muchas veces a fórmula y a cosa gastada. No es que no sean graciosos, es que están demasiado vistos, o mejor dicho oídos.
Para acabar, aunque se podría seguir enumerando, otra rémora a mi juicio importante: la conclusión de la historia. Aquí el guión sufre de lo que yo llamaría la torpeza de la energía malgastada, que no consiste en otra cosa que en acumular recursos emocionales, tensión sentimental y/o de otro tipo, que son finalmente desperdiciados en un desenlace que no absorbe las expectativas anímicas (o de otro cariz) albergadas. Así, con un despliegue interpretativo soberbio por parte de una Hepburn bañada en lágrimas, que provoca con sus palabras, su carrera, su presencia toda, la congoja creciente de un espectador que no puede sino esperar un final inevitablemente dramático, inevitable por coherente con los sucesos anteriormente acaecidos y sobre todo con las personalidades y circunstancias de los personajes, resulta que los señores Wilder y Diamond tiran por la borda toda esa tensión, toda esa energía, para reconfortar el dolor del espectador y ofrecerle a modo de bálsamo uno de los empalagosos y mentirosos finales felices típicos de la industria de Hollywood que eran y sieguen siendo indignos de un gran artista como Billy Wilder. Para mostrar la incoherencia e imposibilidad de este final no hay más que recordar la incongruencia entre el desesperado (y casi patético) intento del padre de Ariane por convencer al seductor de que se apiade de su hija y la abandone, y su reacción unos minutos más tarde de persona ya no resignada, si no estúpida e incomprensiblemente satisfecha de ver cómo sus recientes esfuerzos dan el fruto completamente opuesto al que pretendía. El espectador despierto no puede entender esta reacción, porque es absolutamente impropia a los acontecimiento que acaba de presenciar y a los deseos frustrados de ese padre asustado por el sufrimiento de su única hija.
Uno no puede más que pensar en qué acertados habrían estado los guionistas si se hubieran inspirado en el cierre de “Vacaciones en Roma” de William Wyler un final triste pero inevitable y por tanto más conmovedor y eficaz en todo sentido por encontrarlo el espectador más cercano a las expectativas de la vida experimentada cotidianamente por él.
jokinr
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