“Nueve semanas y media” presenta una historia que puede agradar o no a las masas, alejada de los arquetipos del amor clásico o de esquema clásico, para adentrarse de forma insinuada en los términos de dominación-sumisión, de manipulación-transformación, hasta alcanzar una catarsis que puede resultar predecible o simple pero que constituye casi el punto más poderoso de la cinta. El crescendo progresivo de la cinta ayuda a remontar la opinión del servidor tras un comienzo sin demasiado atractivo y lejos de resultar aburrida o larga, se aprovechan bien los minutos de cinta basándose en expresar deseos y pensamientos con silencios (adornados con canciones míticas de época) y miradas. Mickey Rourke consigue imponer e interesar sólo con su expresión y su mirada dentro de lo que el papel le insta (una pena auténtica que haya perdida ambas con las continuas operaciones de cara), mientras que Kim Basinger le sigue el juego aún sin resultar tan sugerentemente poderosa como él (consagrándose eso sí como mito erótico, desde luego, y que para nada lo hace mal en la cinta). La película parece disfrutar balanceándose en lo que puede gustar y lo que no puede gustar, y es por ello por lo que funciona en su conjunto y con el paso de los años.