Ron Howard consigue su mejor película con “Rush” aún no pudiendo convertirla en una experiencia realmente notable. La principal virtud de la película es en algunos momentos su falla discutible: el desarrollo de sus personajes principales, extendido y virtuoso, y sus diversos pasajes paralelos en sus vidas privadas. Mientras que eso contribuye de forma incalculable a las geniales interpretaciones de Hemsworth (aquí mejor que nunca, y creíble) y Brühl, sin contar que ayuda mucho a expresar a través de los silencios y miradas, ese desarrollo hace que la primera mitad de la cinta sea buena “a medias tintas”. Es drama fiel a lo real, que atrae y que está bien presentado, pero al mismo tiempo previsible y falto de gran ambición, aún salvándose siempre gracias a su in crescendo continuo. No es hasta la última parte de la cinta en donde se torna realmente en una entrega emocionante y hasta épica, culminando de forma ejemplar todo lo visto anteriormente y a la altura de la ambición de sus protagonistas. Con todo, “Rush” queda como una ejemplar película de deportes y ambiciones, un entretenimiento meticuloso y emocionante que no defraudará a nadie.