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Voto de Sergio Berbel:
5
Drama Manuela, hija de un cazador furtivo, se casa con el criado del rico Don Ramón, quien está enamorado de ella. Su belleza natural y su sensualidad a flor de piel encienden pasiones que desencadenan toda clase de conflictos. (FILMAFFINITY)
16 de abril de 2021
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encantaría hablar bien de “Manuela”, por lo que significa y por todo lo que tiene detrás y conlleva, pero me resulta cinematográficamente imposible. Lo que simboliza y la importancia que tuvo en su momento no justifica que haya envejecido francamente mal. Queda como testimonio antropológico de una Andalucía que fue (y a ratos sigue siendo) pero poco más, vista con la perspectiva cinéfila actual. Significa mucho más de lo que es.

En 1975 explotaba definitivamente el andalucismo en todos y cada uno de los aspectos sociales, culturales, políticos y antropológicos en esta vieja nación al sur del sur. Una ola de reivindicación y orgullo de todos nuestros rasgos culturales se extendía por cada rincón de Andalucía. En mitad de dicha efervescencia andalucista (tristemente aletargada en la actualidad), Gonzalo García Pelayo fue un nombre capital: desde Sevilla, como productor musical de Triana o Lole y Manuel provocó un giro de tuerca definitivo para la creación de rock andaluz y, por extensión, de toda una amalgama cultural andaluza y andalucista antes de dedicarse a reventar casinos mediante métodos matemáticos (sobre el periplo vital de su familia al respecto es impagable la película “The Pelayos” de Eduard Cortés).

“Manuela” fue un intento (no del todo frustrado) de llevar toda esa imaginería andalucista al terreno del cine. Para ello, Gonzalo García Pelayo recurrió a la novela homónima de Manuel Halcón publicada pocos años antes y decidió rodarla en Sevilla, Carmona y Lebrija en el otoño de 1975.

Todo ello para contar la vida de Manuela, una mujer de una belleza arrebatadora, hija de un cazador furtivo, que ya apuntaba maneras de niña cuando decidió marcarse un zapateado sobre la tumba en la que enterraban en ese momento al amigo del terrateniente y del cura que asesinó a su padre, en una escena ciertamente antológica, la mejor de la cinta con diferencia, porque a partir de ahí todo es descender.

Todo lo que era (y a ratos quizás siga siendo) la Andalucía latifundista y beata está plasmado en la cinta, como lo está el hecho incontestable de que la belleza de Manuela era demasiado refulgente para no trastornar toda la campiña sevillana y desde el cacique (impagable como siempre en esas caracterizaciones Fernando Rey) hasta el último siervo del pueblo estaban enamorados de ella, mágica Charo López. Pero ella elige para casarse a un don nadie que pasa por el pueblo con un hijo pequeño en sus brazos, interpretado por Máximo Valverde.

El drama está servido y sobre su descripción parece mejor de lo que acaba siendo finalmente, sobre todo por la torpeza de la traslación de la novela a guión cinematográfico por parte de Pancho Bautista, que aturulla la narración y hace perder el sentido de muchas escenas que parecieren amputadas. Por no hablar de los muy molestos acentos castellanos de todo su elenco actoral, con algunos laísmos incluidos, que cercenan toda credibilidad andaluza a la cinta.

La ambientación musical, estando de por medio García Pelayo, lógicamente es descomunal, desde Triana a Lole y Manuel pasando por Hilario Camacho, pero… demasiadas mimbres para tan poco cesto. El tiempo ha pasado de forma despiadada por el film y de ser pieza fundamental del cine andaluz ha acabado pareciendo más bien pieza de museo prehistórico.
Sergio Berbel
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