Elena Martín se ha convertido en un nombre propio capital en la cinematografía catalana contemporánea. Y no sólo delante de la cámara, que es el lugar por el que se dio a conocer y con causaa. Embelesó al mundo del cine con la interpretación de la protagonista de “Les amigues de l´Àgata” (aquel inolvidable trabajo fin de carrera de las cineastas catalanas Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen que se salió de madre y recorrió el mundo triunfando merecidamente). Igualmente ella fue la piedra angular sobre la que se asentó el triunfo estratosférico del impactante corto “Suc de síndria” de Irene Moray.

Con “Júlia ist”, Elena Martín da un salto de gigante atreviéndose a firmar también la dirección de la que se constituye como su ópera prima, en la que además interpreta de forma omnipresente a la chica protagonista y es además la coautora del guión, basado en sus propias experiencias personales durante su Erasmus. ¿Quién da más? Lo de Elena Martín no es de este mundo, porque dirigir e interpretar a una Júlia que aparece en todas y cada una de las escenas de la película y prácticamente en todos sus planos es un alarde impropio de su debut y de su edad. Pero con Elena Martín hay cineasta delante y detrás de la cámara para rato.

Quizás presunta continuación tanto formal como de contenido de “Les amigues d l´Àgata”, Elena Martín va más allá de la ruptura vital que supone tener que abandonar a tus amigas de instituto para comenzar una vida universitaria y nos sumerge en el punto y aparte definitivo en la vida de Júlia, cuando deja atrás a su novio Jordi, a sus amigas y a todo su mundo barcelonés para irse de Erasmus a Berlín.

Cuando llega a la capital alemana, nada es lo que esperaba. La facultad de arquitectura berlinesa es distante, la gente a la que se acerca es fría, la relación con Jordi se convierte en insostenible cuando la distancia hinca el diente sin piedad sobre la pareja, sus relaciones familiares se disuelven, las de amistad se congelan, el sexo hace ineludible acto de presencia… Está sola y aislada en un Berlín hostil y Júlia tiene que sacar fuerzas de donde no las hay para lograr sobrevivir en territorio hostil.

Todo ello contado con sutileza, con sencillez, con honestidad, con una muy documental cámara al hombro que le otorga un marchamo de certeza imprescindible para que el producto funcione, y desde luego que funciona como testimonio de la desorientación generacional habida en la juventud de nuestro tiempo, sin destino conocido ni futuro posible.

Y todo encaja porque también delante de la cámara está Elena Martín, solvente, creíble y enorme actriz como pocas. Por cierto y dicho sea de paso, ojo a los créditos finales, de una sorprendente calidad visual apabullante.