Seguramente no existirá una ciudad más adecuada para rodar una historia de desamor y melancolía que Oporto, puesto que la localidad portuguesa ya de por sí rezuma tristeza y melancolía a raudales (además de una grave turistificación que todo lo destroza, también estas sensaciones). Gabe Klinger escribe y dirige un drama romántico un tanto descafeinado e insulso pero que logra interesar algo por su forma narrativa no lineal, que es lo que realmente hace levantar mínimamente el vuelo a un film un tanto anodino.

Oporto es el marco en el que se desarrolla una fugaz noche de amor entre Jake y Mati que tendrá consecuencias posteriores, sobre todo para Jake que se enamora perdidamente a consecuencia de dicho encuentro. La historia no da para mucho más, pero está contada desordenadamente desde el prisma temporal, lo cual hace que el espectador tenga que ir recomponiendo el puzle. Por otro lado, se ofrece en su primera parte desde la óptica de Jake, en la segunda desde el prisma de Mati y en la tercera y definitiva a través de una visión conjunta.

Esta estratagema de guión de Gabe Klinger salva de la irrelevancia un film que, desde el punto de vista formal, es duro y correoso, porque mezcla imágenes rodadas en Super 8 con otras filmadas con película analógica de cine de 16 y 35 mm. y bastante grano, lo cual la dota de una estética bastante peculiar a lo largo de sus apenas 76 minutos de metraje.

Buena intervención de su pareja protagonista a nivel actoral, Anton Yelchin y Lucie Lucas, que igualmente sostienen el interés un tanto escaso que presenta la cinta. Lo demás lo aporta Oporto y su personal encanto. Que el productor ejecutivo sea Jim Jarmusch ya da una pista previa del camino que sigue la película.