Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Sergio Berbel:
9
Drama Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta, pasa unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija Lena y su amigo Mick, un director de cine al que le cuesta acabar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar; desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de ... [+]
14 de octubre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paolo Sorrentino, discípulo directo y expreso de Federico Fellini, es por derecho propio un nombre imprescindible del panorama cinematográfico europeo, junto y a la altura de Yorgos Lanthimos, Pedro Almodóvar, Michael Haneke o Lars Von Trier.

Propietario de un estilo propio reconocible al primer vistazo de uno solo de sus fotogramas, su barroquismo manierista es exuberante en obras maestras como “La gran belleza”, “Silvio (y los otros)”, “Il Divo” o las series para HBO The Young Pope y The New Pope.

“La juventud” no atesora la extrema y alambicada perfección formal de “La gran belleza”, no es tan exigente con el espectador, ni tan barroca por sobredosis, está más masticada y es más fácil de digerir, se atempera acorde con la edad de sus personajes, casi todos ellos ancianos, pero a cambio ese genio llamado Paolo Sorrentino nos ofrece una obra mucho más profunda en su guión, que nos cuenta muchísimas más cosas y, sobre todo, que reflexiona sobre la vejez como un catálogo de malas decisiones tomadas en la vida de una forma ciertamente magistral.

Pocas veces se ha fotografiado de forma más preciosista el deterioro del ser humano que llega necesariamente con la senectud, que arrastra a sus personajes sin piedad a lo largo del metraje de la cinta, extenso pero que nunca cansa, porque al final siempre queremos más de Paolo Sorrentino, el barroquismo hecho director en el siglo XXI.

“La juventud” tiene mucha más ética pero menos estética que sus anteriormente mencionadas obras porque es más sencillo que sea así. Sorrentino esta vez está mucho más preocupado del fondo que de la forma, porque se trata de explicar que la vida al final no resulta ser tan buena como parecía una vez vivida. No es tan críptica en su argumento ni en la pléyade de personajes que aparecen ante la cámara. Pero también es cierto que ha perdido algo del virtuosismo manierista más rococó que barroco que Sorrentino ha convertido en marca de la casa indeleble. Aquí la cámara es más sosegada, reposa más y crea menos imágenes que embelesan y fascinan por ampuloso exceso.

A cambio, nos regala una historia con raíces profundas en la esencia del ser humano, un canto a la juventud que siempre acaba ganando a la vejez, porque lo viejo siempre viene de vuelta de todo, al no tener nada que perder, al saberse derrotado de antemano, al verlo todo demasiado lejos, mientras que la juventud tiene toda perspectiva cercana (sabia reflexión que contiene la cinta).

Para ello, Sorrentino tira de 3 actores en estado de gracia superlativa, en 3 cumbres de la interpretación, en 3 monstruos incontestados e incontestables: Michael Caine, Harvey Keitel y Rachel Weisz (imposible no terminar deslumbrado por ella en su segunda mejor interpretación tras la que nos regaló con “Ágora” de Alejandro Amenábar).

Y todo ello a través de un catálogo de personajes extraños, incoherentes y desconcertantes, afortunado sello inevitable del director italiano, esta vez refugiados del mundo real en un balneario de lujo en los Alpes suizos. Pura fauna.
Sergio Berbel
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow