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Voto de Sergio Berbel:
10
Comedia. Drama Christian, mánager de un museo de arte contemporáneo, se encarga de una exhibición titulada "The Square" en la que hay una instalación que fomenta valores humanos y altruistas. Un día le roban el móvil y la cartera en plena calle, incidente que causará más consecuencias de las esperadas.
6 de abril de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi adorado y aún más idolatrado director austríaco Michael Haneke (ese que se especializó en incomodar al espectador y en meter el dedo en el ojo y removerlo hasta causar destrozo en la córnea de la hipócrita burguesía europea, civilizada por fuera pero salvaje y despiadada por dentro) ya ha sido capaz de crear una pléyade de dignos sucesores que han forjado a través de la influencia que irradia su nombre un estilo cinematográfico incómodo en sí mismo como seña de identidad, dando un lugar a un tipo de cine que amo, el que hace removerse inquieto al espectador en la butaca a través de una provocación malsana.

Entre ellos, es público y notorio que destaca con especial brillantez el sueco Ruben Östlund, que apuntaba maneras en “Fuerza mayor” como carta de presentación apabullante (esa disección de lo que le ocurre a una familia pija cuando, a partir de un siniestro inesperado, el padre abandona a mujer y vástagos a su suerte para salvar la vida), y que ha sublimado en “The Square”, pura provocación con la única misión de incomodar como el profeta Haneke nos enseñó a todos los que presumimos de ser sus discípulos.

Porque “The Square” no es una película, sino varias, o quizás ninguna. Es una suma concatenada de situaciones chocantes para que el espectador no descanse en paz en ningún momento. Para que se quede sin aliento ante la sucesión de puñetazos en el estómago, uno tras otro y todos sin la más mínima piedad ni consideración.

Y, sobre todo, porque es una ácida crítica a toda nuestra dormida, anestesiada, acomodada, insolidaria, hipócrita y ahíta de sí misma sociedad occidental que funciona, con la precisión de un reloj suizo, en varios sentidos distintos:

1.- Una atroz crítica sin contemplaciones al vacío de una clase social pija que se pretende intelectual a través de su acercamiento al arte moderno pero que no tiene convicciones morales ni éticas que sostengan su posición, y a ratos ni tan siquiera educación. La civilización dura lo que la llamada a devorar el catering o deriva hacia la violencia expresa cuando es incomodada, sin tapujos y sin contemplaciones.

2.- Una crítica a la cada vez mayor distancia entre clases sociales en la otrora civilizada Europa, donde las campañas de marketing de las ONGs conviven en la misma acera con los pobres de la ciudad (impagable esa escena del mago Östlund donde así lo muestra, o cuando su protagonista le compra comida a la mendiga pero se la lanza en la mesa con desprecio). No solo hay más diferencias de clase que nunca, es que además las clases altas tienen más desprecio del que jamás se haya conocido hacia los desarrapados.

3.- Una crítica a la insolidaridad de la calle, que hace oídos sordos a los gritos de auxilio. Otro momento magistral de la cinta, que funciona como perfecta metáfora de arranque.

4.- Una crítica a los prejuicios sociales que hacen a los ricos no acercarse a los barrios de los pobres más que para acusarlos sin fundamento. Como si la pobreza fuese contagiosa.

5.- Una crítica (y aquí sí que subyace reinando Haneke de una forma notable y evidente) a la violencia física primitiva que todo civilizado europeo lleva dentro y que se encuentra presta a manifestarse en cuanto baja la guardia (la escena que protagoniza el cartel de la película y que es, sin duda, la escena capital del film, incómoda y maravillosamente “hanekiana”, te deja sin respiración durante los apenas cinco minutos que dura).

6.- Una crítica a la coacción y la amenaza que en todo entorno culto y sofisticado se encuentra parapetada detrás de la primera esquina (la escena del condón con Elisabeth Moss es inolvidable y absolutamente desasosegante, porque nadie confía en nadie, porque incluso con sexo y atracción de por medio, el hombre es un lobo para el hombre).

7.- El uso inquietante del fuera de campo al más puro estilo Haneke en algunas escenas de violencia soterrada antológicas. Y ese plano cenital entre la basura, que por sí solo merecía la más que justa Palma de Oro en Cannes con la que se alzó la cinta. Por no hablar del ascenso en espiral por la escalera, absolutamente sublime.

8.- La toxicidad que están creando de forma insoportable las redes sociales en nuestra época, a través de supuestos visionarios neomodernos y hipsters que no son más que mentecatos enamorados de sí mismos a través de sus mentes onanísticas.

Y todo ello basado en una creación visual de sus imágenes preciosista y absorbente (esa escena donde la cámara gira constantemente mientras los protagonistas suben las escaleras es puro cine eterno; o cuando rebusca en la basura el protagonista bajo la lluvia, como anteriormente citaba) y unas interpretaciones soberbias de todos sus actores, en especial de un desconocido pero maravilloso actor danés llamado Claes Bang, protagonista absoluto de prácticamente todos los planos de la película, y de la siempre brillante Elisabeth Moss (Mad Men o El Cuento de la Criada).
Sergio Berbel
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