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Voto de Sergio Berbel:
9
Drama Film sobre uno de los personajes más controvertidos de la política italiana: Giulio Andreotti, que fue jefe del gobierno en siete ocasiones. Narra las presuntas relaciones de Andreotti con la mafia siciliana, los delitos por los que fue procesado en los años 90 y absuelto por falta de pruebas. (FILMAFFINITY)
26 de septiembre de 2020
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Junto con Michael Haneke, Lars Von Trier, Yorgos Lanthimos, Jacques Audiard y Pedro Almodóvar, Paolo Sorrentino me parece uno de los grandes nombres del cine europeo actual, un creador con un lenguaje propio y reconocible en su extremo barroquismo rococó en lo formal y su sarcasmo absoluto en el contenido.“Il divo” es puro Sorrentino, a pesar de no ser su mejor película.

Con un derroche visual barroquísimo, grandilocuente, excesivo, hedonista y egocéntrico marca de la casa, más que un biopic al uso (posiblemente el ejemplo perfecto de todo lo contrario), Sorrentino nos acerca con mucha mala leche (y un disimulado pero constatable grado menor de admiración) a la figura del oscuro y terrorífico político conservador de la democracia cristiana italiana Giulio Andreotti, político en el peor de los sentidos de la palabra, equilibrista de amistades peligrosas (mafia incluida y sin complejos) para medrar y salir indemne de todas las jugadas de ajedrez políticas trenzadas en torno a quien ocupó el poder en Italia durante demasiados años. De una filosofía política nihilista y sarcástica y sin principios morales o éticos conocidos, ni falta que le hacen.

Eso sí, la película requiere de tu atención como espectador puesto que puede perderte en muchos momentos si no eres italiano y si no conoces en profundidad la figura impresentable de esa víbora humana llamada Andreotti porque, más que un relato al uso, se trata de una colección de anécdotas, situaciones concretas y frases delirantes y ácidas de un personaje mucho más que siniestro e imagen de la peor derecha imaginable. Y ese es quizás el único pero de una película casi perfecta, su falta de hilo argumental continuo y coherente entre unos episodios y otros que van aderezando el metraje.

Pero todo ello se compensa con su música grandilocuente, la capacidad distorsionadora de la privilegiada cámara de Sorrentino (“La gran belleza” como el ejemplo perfecto de ello en el exceso, o esa otra biografía mucho más hiriente y maravillosa sobre Berlusconi titulada “Silvio (y los otros)”) y, sobre todo y muy especialmente, la antológica interpretación de su actor fetiche, el absolutamente imprescindible Toni Servillo como Andreotti, capaz de producirnos ante la cámara el mismo asco que debía derrochar en persona.

En definitiva, no siendo la mejor película del gran genio italiano, una cinta que resulta de visionado imprescindible.
Sergio Berbel
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