“La extraña pasajera” es un correcto melodrama de 1942 que existió gracias al empeño e impulso personal de Bette Davis. La gran actriz se empeñó en llevar a la pantalla grande, de la manera más solvente posible, la novela de Olive Higgins Prouty. Para ello, logró convencer al productor Hal B. Wallis, insistió en protagonizarla ella misma e impuso en la dirección a un profesional serio y contrastado que siempre tuvo conexión directa con ella, Irving Rapper. El resultado, sin duda, no deja de resultar interesante incluso contemplada con ojos contemporáneos, aunque haya envejecido un tanto. Hasta el vestuario que luce fue decisión personal de Bette Davis, y bien acertado que resulta, dicho sea de paso, marcando aún más claramente las dos etapas por las que pasa su personaje.

Bette Davis interpreta a Charlotte, la hija menor no esperada de una burguesa y acaudalada familia de Boston, que creció, al ser muchísimo más joven que el resto de sus hermanos, bajo las faldas, las órdenes, los caprichos y la tiranía de su dominante madre, que la sometió absolutamente y la anuló como persona. Pero su cuñada, apiadándose de ella, consigue que un psiquiatra la atienda y, a partir de ese momento, comienza una transformación milagrosa que hará de Charlotte una persona completamente distinta y que le permitirá ir conociendo las diferentes etapas de una vida que no le habían permitido vivir hasta ese momento.

Con música del prolífico Max Steiner y una preciosa fotografía en blanco y negro de Sol Polito, este drama psicológico merece ser revisitado.