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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Estados Unidos, años 50. Jack (Hunter McCracken) es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre (Jessica Chastain) encarna el amor y la ternura, su padre (Brad Pitt) representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack (Sean Penn) evoca los momentos trascendentes ... [+]
3 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sigue siendo portentosa “El árbol de la vida” de Terrence Malick una década después de que terminara de rodarse una excelsa obra visual. No es una película al uso, nadie puede acercarse a ella pensando que va a presenciar un drama familiar clásico. Todo lo contrario. No es una película, es un poema visual cosmogónico sobre el dolor y la pérdida de clara alma panteísta.

Es un bicho raro, como el propio Malick, uno de los cineastas más diferentes que haya dado el cine. Desde su asociabilidad absoluta, dado que vive encerrado en una burbuja sin conceder entrevistas, sin acudir a certámenes o premios, sin que casi se le haya visto más que en contadas ocasiones, su cine dista de ser una narración convencional de unos hechos. Su cine no se ve, se siente dentro con la fuerza inaudita de la plasticidad imposiblemente bella de sus imágenes, la filosofía de sus voces en off y la elegancia esteticista del resultado final.

Porque “El árbol de la vida” lo cuenta todo, es película de películas. Pudiera parecer en principio el terrible y soterrado drama de una familia que vive en una modesta zona residencial norteamericana en la muy cinéfila década de los 60. Tres hijos varones que se crían entre el autoritarismo asfixiante de un padre fracasado que paga su frustración vital con su familia (impresionante Brad Pitt) y el acogimiento amoroso de una madre protectora (mágica como siempre Jessica Chastain).

Pero la película es mucho más. Porque también invierte parte de su metraje en contarnos en imágenes tan bellas que cortan la respiración el propio origen del universo y de la vida en el planeta Tierra. Reflexiona sobre que hay dos caminos para concebir la vida: el de la naturaleza o el divino. Escarba en el dolor insondable de la muerte de un hijo. Explica lo que significa la muerte y lo terroríficamente irrefrenable que es. Enseña la terrible experiencia de del hijo mayor cuando pasa a ser el príncipe destronado. Prueba la existencia del mal habitando entre nosotros (en un tullido, en un detenido…). Nos habla del primer amor. Nos aterra cuando pierde la vida un compañero de clase, apenas un niño. Nos asoma al complejo de Edipo. La escena final en la playa, pura metáfora visual, supone la reconciliación con el mundo, con el que da la vida y la quita, con el que mata pero propugna encuentros. Fascinante.

Y el juego de las sombras que proyectan los personajes en los planos extremadamente preciosistas de Terrence Malick. Siempre jugando con el movimiento inquieto de las sombras en el suelo, en la pared, en todas partes. Y su música, apasionada y apasionante, mezclando piezas clásicas con la partitura del gran Alexandre Desplat.

“El árbol de la vida” no es una película, es una experiencia visual y vital. Se la odia o se la adora. Yo soy, por supuesto, de los segundos. Tengo debilidad por Terrence Malick.

Tengo una anécdota simpática de la película. Cuando salía de verla, había en la taquilla del cine dos “chonis” con los atributos propios de todas las “chonis” que en el mundo han sido, pensando qué película ver. De pronto, una de ellas dijo: “Vamos a ver “El árbol de la vida”, que sale el Brad Pitt que está tó bueno”. Estuve tentado de decirles que iban a cometer el error de su vida, pero finalmente opté por callarme. Creo que les iba a venir bien un revolcón mental de la magnitud del que propone Terrence Malick. Seguramente no entenderían nada de nada y abominarían de la película, pero estoy convencido de que algunas imágenes aún les acompañan a día de hoy.
Sergio Berbel
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