Érase una vez unos hermanos llamados Joel y Ethan Coen que deslumbraron a todo el planeta con su ópera prima “Sangre fácil”. Habían creado un estilo cinematográfico distinto mezclando el thriller tradicional con un cierto tono sutilmente ácido y una caligrafía visual apabullante. Su fama fue aumentando conforme crecía su filmografía. Con causa, con mucha causa. Y entonces llegó 1996 y “Fargo” y cambiaron la historia del cine conformando una obra maestra sobre la que es imposible determinar si se trata de una comedia negra o un thriller. O quizás ambas cosas u otra cosa distinta.

La fórmula no podía ser aparentemente más sencilla: conocieron un insólito suceso criminal ocurrido en la muy nevada América profunda llevado a cabo por auténticos chapuceros que se terminó convirtiendo en un baño de una sangre nunca prevista, decidieron conformar unos personajes inolvidables con ello, lo revistieron todo de nieve y muchísimo frío, crearon un guión en un imposible pero mágico cruce de caminos entre el noir tradicional, la comedia, el drama y hasta alguna gota de gore, lo dejaron todo en manos de una cándida pero cargada de sentido común agente de policía embarazada y le entregaron las llaves del tema musical que debería dirigir la cinta a su músico habitual Carter Burwell. Lo demás, vino solo y nos cambió la vida.

Porque nada volvió a ser igual en el cine tras “Fargo”. Frances McDormand creó a la agente de policía más especial, entrañable e inolvidable de la historia del cine; William H. Macy encarnó al marido enterrado en deudas que encarga a unos delincuentes el secuestro de su esposa para quedarse con el rescate; Steve Buscemi y Peter Stormare dieron vida a los secuestradores más incompetentes, imprevisibles y desalmados que se recuerda; Harve Presnell al padre de una mujer secuestrada más infame jamás visto; John Carroll Lynch al modélico marido de la agente policial…

¿Qué no es perfecto en “Fargo”? Podríamos, de paso, hablar del alarde visual que supone la superdotada caligrafía visual de los Coen en conjunción con la dirección de fotografía de Roger Deakins, creando la belleza gélida más maravillosa que se recuerde en pantalla. Y quien crea que exagero, que vea una y otra vez ese plano cenital de William H. Macy llegando a su coche en un parking solitario cubierto de nieve. Pura historia del cine.