Vistosa y entretenida, incluso con algún momento emocionante. Esos son los calificativos que me evoca “El último samurai”. También es excesiva, inverosímil, penosa desde el punto de vista histórico, demasiado larga, pretenciosa y bastante poco sorprendente. Pero como peli de aventuras, la verdad es que funciona. Hay buenos, malos, batallas estupendas y valores de toda la vida (el honor, la amistad, la tradición) que en su mayoría no comparto, pero que lucen que no veas en una peli de este estilo.

Acompañan los protagonistas, la hermosa fotografía y el encanto de la estética samurai, que probablemente se parezca a la auténtica cultura del clan de la katana lo que un huevo a una castaña. Pero tampoco me esperaba un análisis etnográfico-cultural acerca de la revolución Meiji, ni un drama intimista al estilo Ozu. Cruise, digan lo que digan, da el pego, y yo siempre he querido tener una katana. Ahora también quiero un traje como el de Katsumoto, que mola un montón. El final es bastante peliculero, en el más peyorativo sentido del término, pero he de admitir que me gustó en el cine y, varios años más tarde, me ha vuelto a agradar. Puro entretenimiento de consumo fácil, qué más queremos. Que la peor que vea sea como ésta.

Sayonara, baby.