Denzel Washington es uno de esos tipos cuya sola presencia da empaque a cualquier película. Y Dakota Fanning, que puede resultar todo lo repipi que se quiera, es una niña actriz con unas cualidades dramáticas que para sí quisiera alguna que otra estrellita mucho más crecida. Tony Scott es un truño de director, pero hay que reconocer que tiene sentido del espectáculo y que, teniendo en cuenta el dinero con el que cuenta para sus fantasmadas, un par de buenas secuencias de acción no te las quita nadie.

Sólo por estos tres factores ya merece la pena echar una ojeada al asunto. Pero, finalmente, acaban pesando más los factores adversos, sobre todo la flojedad del guión y la nula capacidad de Scott como narrador. La primera hora, aproximadamente, que por cierto es la más pausada, consigue que el espectador (al menos fue mi caso) empatice con los protagonistas y llegue a creerse la relación emocional que surge entre el guardaespaldas y la pequeña protegida. Pero desde que la niña desaparece de la pantalla, la cosa se viene abajo y acaba reducida a una sucesión de mamporros y explosiones que evidencian el mediocre tono general de la película.

Y eso con Washington. Con casi cualquier otro actor la cosa no hubiese diferido mucho de una gansada de Van Damme o Seagal. Además, se hace larguísima, el desenlace es un castigo que nunca llega al final. Pero bueno, que para ser de Scott, se deja ver.