Uno de los más interesantes acercamientos que he visto al fenómeno de las diversas adicciones humanas y uno de los mejores retratos de la debilidad, la irresponsabilidad y la miseria personal que recuerdo. No es una película fácil, pero merece mucho la pena.

Aronofsky se decanta por un magnífico montaje sincopado y reiterativo, por unas imágenes de videoclip perfectamente estudiadas y por el empleo de una estupenda banda sonora complementada con efectos de sonido que se engarzan en un perfecto mecanismo de relojería cuya conclusión lógica no puede ser sino un estallido de emociones. Telepredicadores, soledad, incomunicación, estupidez, dependencia, podredumbre moral y un sinfín de males que aquejan al individuo moderno pasan por esta cinta a velocidad de vértigo. Los personajes pueden parecer un puñado de prototipos idiotizados, reducidos a mera caricatura. Sin duda, el director juega también con ese planteamiento, exagerando ciertos aspectos. Quizá hubiera cambiado a los dos protagonistas masculinos. A Leto lo encuentro un poco blando para un papel tan duro, y a Wyans me resulta difícil desligarlo de las comedias chorras que ha protagonizado. Aunque tal vez sea una elección intencionada del cineasta neoyorquino. Desde luego, las féminas –grandes Burstyn y Connelly- ganan por goleada.

Pero lo que más me gusta de la película es que sus habitantes son libres, porque nada más que su propia debilidad les conduce a la catástrofe. Saben lo que hay y lo que les espera. Pero dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver.