Hay quien dice que esta película trata sobre la decadencia. Es posible. Desde luego, de la directora no se puede hablar en tal sentido. No por nada, sino porque para llegar a la decadencia es preciso haber alcanzado la plenitud en un momento anterior. Y no es el caso. Más o menos la distancia que separa a la esplendorosa Kathleen Tuner de “Peggy Sue se casó” del lamentable aspecto con el que aparece en esta película, abotargada, añosa y horrible, esa es la diferencia de talento que existe entre Francis Ford Coppola y su querida niñita.

No logro entender la fascinación que la película ejerce sobre gran parte del público. Estas “Vírgenes suicidas” son una especie de capítulo XL de “Aquellos maravillosos años”, pero sin ninguna gracia y sin el bueno de Kevin y sus acertadas disquisiciones vitales. Todo me parece artificioso, desde la puesta en escena hasta el departamento de peluquería, que es la encarnación de la grima. El reparto resulta muy poco convincente, con un Josh Hartnett (clavado a Rafa Nadal, pero en guapo) en un papel ridículo, unas hermanas sin la menor penetración dramática (ni de la otra) y unos adultos próximos a la idiocia total.

Sofía, ese misterio sin resolver.