La verdad es que Hitchcock ha perdido mi entusiasmo a medida que me he ido desquitando de clichés y mitomanías. Buena parte de su filmografía, que en otros tiempos consumí con avidez, me parece, no ya sobrevalorada, sino en algunos casos, un auténtico fraude. No es el caso de ‘Los pájaros’, que, sin ser ninguna obra maestra, tampoco me parece una mala película, habida cuenta de que ya va para los 50.

Sin embargo, a pesar del nefasto Taylor y de la ortopédica Hedren, lo que más me atrae son los primeros momentos de la historia, en los que la protagonista femenina se ve arrastrada por una fascinación hacia el galán de turno bastante menos irracional que el comportamiento de las aves. Me interesa igualmente la tensa relación entre la maestra y la recién llegada, así como el papel de la madre posesiva. Ese ambiente es mucho más aterrador que el absurdo ataque de los pájaros. Son como dos películas en una, en la que lo desconocido, el caos, se acaba comiendo un drama humano que a mí me hubiera resultado mucho más sugerente. En la segunda mitad de la cinta, las situaciones se alargan de forma absurda; y el final, uno lo puede interpretar como le salga del pelo, aunque a mí me parece una tomadura del mismo.

A Hitchcock le ocurre algo parecido a lo que le pasa a Woody Allen, que, pese a ser famoso por un tipo muy concreto de cine, sus mejores obras se apartan del género que le ha hecho célebre. Sin ir más lejos, ‘Rebeca’ o ‘Atormentada’, dos dramones de época, me interesan mucho más que los filmes de suspense más celebrados del orondo calvito.