En cuanto a las situaciones surrealistas, me refiero a la secuencia del pervertido en medio de una piscina pública, ataviado con equipo de buceo sin cortarse ni un pelo. O al mismo encuentro en el parque entre los dos actores principales que culmina con un beso bastante poco creíble. Y no digamos de la secuencia en la que el marido de Kate Winslet es sorprendido por ésta, haciéndose un cinco contra uno mientras se tapa la cara con unas bragas usadas de una estrella del ciber porno. Tampoco tiene un planteamiento muy realista, que digamos, el que el personaje de Patrick Wilson se quede embobado, noche tras noche, observando a unos adolescentes practicar el skating en lugar de ir a preparar unos exámenes de los que dependen su vida profesional y familiar. El encuentro propiciado por la madre del exhibicionista en el restaurante y el subsiguiente numerito onanista también son de traca. Y sin embargo, estas situaciones no chirrían, se ven con agrado dentro del conjunto de la película.
En cuanto a la carga moral del film, sólo tenemos que observar que el exhibicionista y el policía retirado acaban redimiéndose tras pagar duras penitencias. Sin embargo, el abogado rubiales acaba con la crisma rota, perdiendo a la Winslet, y quedando como un estúpido inmaduro y superficial. Aunque la peor parada es Winslet, quien, frustrada en su vida social, laboral y familiar, paga su infidelidad con una cruel desilusión y la infelicidad más absoluta. A mi entender, se trata de una película tremendamente conservadora en sus planteamientos morales, numeritos eróticos al margen. Pero, ¿qué sería de nosotros sin las conservas?